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Una década de silencio tras la infructuosa búsqueda de los ‘liberados’ en Monroyo Una década de silencio tras la infructuosa búsqueda de los ‘liberados’ en Monroyo
María Mir, hija de José Mir, en el acto de homenaje a los fusilados, tras la colocación del monolito en el cementerio viejo

Una década de silencio tras la infructuosa búsqueda de los ‘liberados’ en Monroyo

Tras hallar la fosa vacía en 2007, un documento apunta a su traslado al Valle de los Caídos
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Este mes se cumplen 10 años de las excavaciones realizadas en el cementerio de Monroyo por el Grupo Paleolab para la localización de los cuerpos de cuatro personas, dos hombres y dos mujeres vecinos de Aguaviva y La Ginebrosa, cuyos cuerpos, según varios testigos, habrían sido enterrados en una fosa común. La exploración no dio resultados, a pesar de que el grupo de especialistas también prospectó en el lugar que un vecino de 94 años identificó como el punto donde él y otro compañero habrían enterrado, por orden del Ayuntamiento, en noviembre de 1947 a seis personas. Según este testimonio, un agujero estrecho y alargado donde habrían apilado, uno sobre otro, los cuerpos.

Aquella búsqueda resultó infructuosa y, a día de hoy, 10 años después, José Mir, Josefa Bayod, Aurelio Boj -los tres de La Ginebrosa- y Aurora Piñana, de Aguaviva, siguen en paradero desconocido, como también lo están el resto de personas que figuran como “liberadas” de la cárcel de Alcañiz el 11 de noviembre de 1947 y que desde entonces están en paradero desconocido. Presuntamente, su fusilamiento, del que este sábado se cumplieron 70 años, se produjo en la partida de Mas de la Serra de Monroyo.

Entre los asesinados ese día también están otros tres hombres y una mujer: Eleuterio Simó (La Fresneda); Rogelio Cuartilla (Valdeltormo); Genaro Fuster (Mas del Llaurador) y Bárbara García (La Fresneda).

La falta de resultados fue enormemente dolorosa para los familiares, que habían litigado durante cuatro años con el Ayuntamiento de Monroyo para que les permitiera exhumar la fosa común. Los familiares denunciaron públicamente la actitud adoptada por el Ayuntamiento, que llamó uno a uno a quienes aseguraban conocer el emplazamiento de la fosa para que certificaran por escrito y con exactitud el enterramiento realizado cuarenta años atrás.

Ante la negativa del alcalde, Andrés Cros, a permitir la exhumación, las familias pidieron amparo al Justicia de Aragón y terminaron presentando una denuncia en los Juzgados.

Finalmente un cambio político en el Ayuntamiento y el voto en conciencia de los concejales de Monroyo ayudó a resolver la situación. Un Pleno celebrado en agosto de 2007 autorizó la excavación en el cementerio viejo con cinco votos a favor, una abstención y el único voto en contra del regidor (entonces en el PAR) .

No encontrar los cuerpos de los desaparecidos fue un varapalo para las familias, sobre todo porque contaban con el testimonio de la persona que los enterró - que a sus 94 años fue capaz de ubicar el punto  donde excavó la fosa- y también el de un taxista de la zona que aseguró haber visto de niño cómo del carro en el que fueron trasladados los cuerpos de los fusilados sobresalían las botas rojas de Aurelio Boj.

 

Valle de los Caídos

Meses después, la asociación Gavilla Verde localizó un documento de 1958 en el archivo del Gobierno Civil en el que se hacía referencia a un enterramiento colectivo de 14 personas en el cementerio de Monroyo, un dato aportado en una carta que fue remitida al Ministerio de la Gobernación en respuesta a una circular en la que desde Madrid se daban instrucciones sobre cómo trasladar hasta el Valle de los Caídos los restos de los ‘Héroes y Mártires de la Cruzada’. El documento señalaba hasta las medidas de las cajas en las que debían transportarse los restos, de forma individualizada si estaban identificados, de manera colectiva si no lo estaban.

La circular requería información sobre el número de cuerpos enterrados en cada cementerio y su clasificación según diferentes apartados. Los cadáveres de Monroyo se incluyen en el apartado ‘D’, es decir, el que se refería a los enterrados en cementerios que no están identificados o que, aún estándolo, por estar en fosa común o por otras circunstancias, sus restos no puede ser individualizados, por lo que se deben integrar en cajas colectivas. El Gobierno civil informó, previa solicitud del Ministerio de la Gobernación, de que en la provincia de Teruel constaban 41 localidades con 2.525 restos de personas factibles de trasladar. D

De manera paralela, la asociación localizó una carta dirigida al carpintero de Monroyo en la que se hacía referencia a la fabricación de unas cajas para el traslado de restos humanos.

Todo esto explicaría por qué las familias de Aurora Piñana, Aurelio Boj, Josefa Bayod y José Mir nunca localizaron ni un solo resto humano en la fosa común de Monroyo.

El responsable de la sección de desaparecidos de la asociación Gavilla Verde, Adolfo Pastor, explicó que en el Valle de los Caídos tampoco existe constancia documental de que los restos de los cuatro desaparecidos reclamados por sus familias están allí. “Ni en los archivos de Alcañiz, ni en los de Zaragoza, ni en los de Teruel ni en los de Madrid, no hay ningún documento en el que aparezcan sus nombres”, aunque “en el Valle de los Caídos sí que nos comentaron que había un alto porcentaje de personas enterradas que están sin documentar, así que nos quedaremos con la duda de si están allí o no”, añadió.

 

 

 

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Entre tanto, en estos 10 años que han pasado desde la fallida excavación de Monroyo han fallecido algunos de los testigos y también los familiares que más se involucraron en la búsqueda. El anciano que identificó la fosa común murió a los pocos meses de identificar el lugar del enterramiento. También Marina Boj, la hija de Josefa Bayod (junio de 2007) y hace dos años lo hizo María Mir, la hija de José Mir, una de las personas más activas en la búsqueda.

En memoria de los fusilados de Monroyo queda en pie el monolito que las familias colocaron en el cementerio viejo (previo permiso municipal), un monumento a los fusilados en Mas de las Serra que fue saboteado unos meses después de su colocación y que mantiene el recuerdo de los asesinados aquel 11 de noviembre de 1947. Una especie de dolmen que refleja el tesón de quienes nunca perdieron la esperanza, ni siquiera cuando no encontraron lo que buscaban, porque  una vez estuvieron allí.

Si estuvieron en ese cementerio, su exhumación se produjo en algún momento después de la circular de 1958. Dada la ubicación del viejo cementerio, situado dentro del casco urbano, el desenterramiento tuvo que hacerse sin testigos. Quien los quiso hacer desaparecer, realmente lo consiguió. Como reconocía Adolfo Pastor esta semana, “en Monroyo, a diferencia de otros lugares, nunca hemos tenido certezas, sólo la de aquel hombre que aseguró ser el que los enterró. Está también el taxista que vio las botas rojas de Aurelio Boj bajo el carro que trasladaba los cadáveres por la carretera de Morella, pero más allá de eso “todo eran conjeturas”. De lo que estamos seguros es de que “fueron los fusilados, porque todos desaparecieron el mismo día de la cárcel de Alcañiz”.

Este sábado se cumplieron 70 años. El 11 de noviembre de 1947 no sólo desaparecieron de la cárcel de Alcañiz José Mir, Josefa Bayot, Aurelio Boj y Aurora Piñana, las cuatro personas reclamadas por sus familias, sino otras cuatro más que supuestamente fueron fusiladas junto a éstos en una cuneta de la carretera de Morella y que son Eleuterio Simó; Rogelio Cuartilla, Genaro Fuster  y Bárbara García.