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Juego de Tronos 7: rendidos a los fuegos de artificio

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A.L.

Ahora que han pasado dos semanas me siento libre para escribir por fin sobre la séptima temporada de Juego de Tronos. Porque la imposición anti spoiler empieza a ser un agobio. Apenas te lanzas a comentar, ya tienes alguno o alguna por ahí cerca dirigiéndote un sonoro “shhh” para gritar seguidamente “¡no spoiler!”. Lo siento, ciudadanos ocupados que no habéis tenido un rato en meses para ver la serie. Y me importan mucho menos los late starter’s, que quieren ser cool’s poniéndose al día “en algún momento de su vida” para poder participar en las conversaciones más in. Quien no quiera saber nada de lo que ha ocurrido en la temporada más espectacular de Juego de Tronos, que no siga leyendo.  

¡OJO! ¡SPOILERS SIN PARAR!

Espectacularidad. La última escena, la de Viserion de ojos azules destruyendo el muro de hielo dejando el camino libre a los Caminantes Blancos hacia Los Siete Reinos, es un buen ejemplo de lo que ha sido la séptima temporada. Los creadores de la serie avisaron de que, para contar el final de la historia, necesitaban muchos más recursos. La guerra se cuenta con batallas, e imágenes como la de Drogón carbonizando los ejércitos Lannister cuestan muchísimo trabajo y dinero. Por eso de los 10 habituales se ha pasado a 7 episodios, por el protagonismo de los juegos de artificio. Y aunque el resultado ha sido espectacular, algunos tenemos la sensación que el tiempo ganado para la acción ha restado dedicación a los diálogos y las situaciones. 

¿Ha cambiado?. Los seguidores habituales recordaréis como se resolvió una de las batallas más importantes de la Guerra de los Cinco Reyes en Poniente, aquella en la que Tyrion se quedaba dormido. No vimos absolutamente nada, pero no importó. Lo importante de Juego de Tronos siempre han sido esos diálogos fabulosos que tejen la maraña de intereses y describen a los personajes a fuego lento. Los grandes espectáculos de artificio tienden a provocar situaciones poco creíbles. Más si anda Jon Snow por el medio, salvado de forma extraordinaria en cada enfrentamiento en el que participa. Claro que, al final de una temporada, siempre nos quedaba el recuerdo de escenas como la Batalla del Aguasnegras. Y eso que ésta fue la mitad de espectacular que la batalla naval que, ya en el segundo capítulo de esta última sesión, nos sorprendió malogrando buena parte de las esperanzas de Daenerys para llegar al Trono de Hierro.  

El reto de sorprender. Las expectativas creadas son otro de los grandes problemas que ha encontrado la recta final de Juego de Tronos. Según se van colocando en su sitio las piezas del rompecabezas, todo va tomando sentido y los siguientes movimientos parecen cantados. Todos sabíamos ya dónde acabarían Jon Snow y Daenerys y teníamos clarísimo quién era el aspirante legítimo al Trono de Hierro. Las teorías que circulan por Internet se están cumpliendo. Y si a Juego de Tronos se le quita el elemento sorpresa, se le quita mucho. Menos mal que, en el último capítulo, apareció Sansa para hacer lo que ninguno esperábamos. ¡Qué grande!