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Embobados y poco reflexivos

Nos hemos convertido en unos embobados. Se trata de un estado permanente de ensimismamiento. Vivimos conectados al móvil, maravillados por las bobadas que desfilan por las pantallas, entusiasmados con lo que no son más que estupideces, y eso nos lleva a olvidarnos de las cosas importantes. Cualquier tontería nos llama la atención, y si está bien disfrazada de apariencia nos creemos que de verdad tiene importancia.

Llevamos camino de dejar de vivir en la realidad para sumirnos en esa tierra mágica virtual que es el ciberespacio donde se empieza a hacer de todo. Recuerdo una película argentina titulada Medianeras, de Gustavo Taretto, en la que el protagonista no sale de su casa y se comunica con el exterior a través de la pantalla de su computadora. Allí trabaja, disfruta del ocio, compra, liga, se estimula sexualmente, se relaciona y hace prácticamente todo. Cuando sale a la calle no interactúa con la gente ni toma conciencia del mundo real, aunque gris, que es la ciudad de Buenos Aires.

En las Navidades pasadas un amigo me estuvo hablando de las maravillas de Japón. Me contó con todo lujo de detalles los edificios más famosos de Tokio, las arterias más concurridas, sus barrios. Se lo conocía todo y te contaba sus paseos nipones como si de verdad hubiese estado de vacaciones allí.

Mi amigo jamás ha salido de España más allá de un viaje a París que hicimos cuando éramos universitarios, y de una escapada de amor a Venecia cuando se casó con la novia de toda su vida para divorciarse a los tres meses de regresar del viaje de bodas. Conocía Tokio al dedillo tras pasarse dos meses colgado a Google Maps hasta altas horas de la madrugada.

No supo explicarme por qué lo hizo, pero perdió horas y horas recorriéndose virtualmente la capital japonesa. Cuando me lo contaba me hablaba con detalle de los atascos y de las aglomeraciones como si de verdad las hubiera vivido. Tuve la sensación de que había incorporado esos paseos a sus recuerdos como una experiencia vivencial y me lo imaginé contando esa batallita dentro de unos años en la residencia de ancianos. Estoy convencido, además, de que cuando lo haga tendrá plenamente asumido de que llegó a viajar a Tokio y a patearse toda la ciudad.

El ser humano estamos cambiando en algo y no sé en qué. Me falta el conocimiento para entenderlo, pero noto los efectos en mí mismo. Hace un siglo, cuando nació el cinematógrafo, aquellas primeras películas estaban hechas solo para impactar, por eso hoy se denomina a ese periodo con el nombre de cine de atracciones. Le siguió el montaje de atracciones de la escuela soviética con películas como El Acorazado Potenkim, precursoras de la publicidad actual, que no te vende productos sino emociones para que te creas que a través de ese producto te vas a sentir bien.

Y todo eso está saltando a la realidad de nuestro entorno sin que nos demos cuenta de las burradas que aplaudimos sin ser conscientes de las tropelías y barbaridades que suponen a veces.

Puede que no estemos perdiendo el norte sino que hace tiempo que lo hayamos perdido por nuestras conductas irreflexivas. O aprendemos a diferenciar o nos veremos abocados al apocalipsis si no estamos ya en él. Pero qué mas da, siempre tendremos la realidad virtual para escapar de la hecatombe como pasa en las pantallas.