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Juanjo Francisco

La segunda parte de la ya clásica película Blade Runner parece que está pasando sin pena ni gloria por las taquillas españolas. Había despertado un gran interés entre todos aquellos que fuimos al cine en los ochenta para encontrarnos con aquella maravilla que confeccionó Ridley Scott para dejarnos a todos sorprendidos y atrapados en lo que parecía un sueño de nieblas y lluvia.

La película dejó frases memorables y se lleva la palma aquella que pronunció el replicante condenado a morir porque su tiempo se acababa. Con la combinación de los recuerdos, las lágrimas que pueden llegar a producir y su disolución en la lluvia, se fabricó una metáfora con la que todos nos sentimos aludidos.

Y ahí seguimos. Intentando que nada de lo que nos hayamos propuesto y conseguido desaparezca sin dejar rastro. Esa vocación de permanencia tan humana e instintiva se plasma muy bien en esta tierra nuestra que aúna por igual un reguero de pasado más o menos consistente con un ansia de futuro seriamente amenazado. Somos ahora un auténtico laboratorio de experiencias que, por un lado invitan al optimismo y por otro recuerdan que somos una sociedad con un temporizador replicante que ya ha iniciado la cuenta atrás.

Siempre con la esperanza viva de que el futuro de Teruel no se disuelva en el tiempo como las lágrimas en la lluvia, sí que habrá que ir asumiendo no obstante ciertas derrotas por muy triste que esto parezca.  En ese contexto hay que empezar a admitir que sea lo que sea lo que depare el futuro, tendrá que construirse a partir de lo que ahora queda, no sobre lo que ya no existe. Hay ciertos pueblos que no volverán a tener la gente que tuvieron, hay actividades laborales que se han extinguido y hay modos de vida que ya nunca se repetirán.

Hay que perseverar por asegurar lo que ya tenemos y por evitar que se sigan haciendo planes de fuga. Y urge hacerlo, mucho.

Si se consigue estabilizar la situación igual se puede soñar con crecimientos estables y sin temporizador e incluso con las dichosas ovejas eléctricas.