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Ahora canta, que te miro

Ayer grabé un vídeo de mi hija de cuatro años cantándole a su hermano pequeño en el salón de mi casa. Mientras improvisaba una letra inventada, gritando como si no hubiera un mañana y dando vueltas y más vueltas en torno a un pequeño micrófono de juguete, yo me afanaba por mantenerlos a los dos en la pantalla de mi móvil. Cuando terminó el tema Candela se dirigió a la cámara y dijo:?“Ahora canto otra, pero me miras”. Enrojecí por dentro de vergüenza al comprobar que he tenido que visionar el vídeo para saber qué canción estaba cantando. Y?el balance de blancos de mi teléfono debe estar desajustado porque en la grabación no se percibía bien que tiene los ojos azules. Al menos todavía lo recuerdo. Pero ya casi nos parece normal mirar a las pantallas, y no a los ojos, confiando en que el balance de blancos haga el trabajo por nosotros. Cada vez hablamos menos y wasapeamos más. Ponemos mil pretextos, pero todos nosotros sabemos que en realidad lo hacemos porque hablar con alguien supone empatizar aunque sea ligeramente con él, y cada vez estamos menos por la labor. En lugar de contarnos las cosas nos las enviamos. Me han enviado mil cosas que nunca he leído, porque revisar mis dos cuentas de correo, el facebook, el drive, el dropbox, el twitter, el flicker y el buzón de mi casa me lleva un tiempo del que, según mi agenda de Google, no dispongo. Me he descargado varias Apps en mi tablet para gestionar mejor mi tiempo, pero están en inglés y como no dispongo de horas libres para aprender idiomas le envié un email a un amigo para que me ayudara. Tardó semana y media en leerlo y el otro día, por Whatsapp, me mandó un manual traducido. Pero no tengo ni idea de a dónde o a qué me lo ha enviado, y, evidentemente, no tengo tiempo para buscarlo ni mucho menos para leerlo. Quizá lo deje estar y me dedique a cantar con mi hija. Al menos hasta que ella decida cambiarme por un iPad.