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La nieve La nieve
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Juanjo Francisco

Pertenezco a una generación que, de niños, tuvimos que ir muchos días a la escuela precedidos de nuestros respectivos padres que, pala en mano, nos abrían camino. La misma gente que hoy en día estamos de los nervios ante estos solazos, ventarrones y heladas -estas nunca fallan-, que día tras día hacen acto de presencia en lugar de la esperada, ansiada ya, nieve de toda la vida.
Pero todo cambia y ahora nieva en todos los sitios imaginables, Andalucía incluida, menos aquí. Y a este paso vamos a perder la cultura popular alimentada alrededor del blanco manto, inmisericorde con los turolenses desde hace varias generaciones. También olvidaremos el secular respeto que nos transmitieron nuestros mayores hacia los temporales, las noches gélidas y el hielo amenazante. Perderemos esa herencia genética, sí.
Y cuando la perdamos, algunos treintañeros se pasarán de chuletas y les dará por marcarse una aventurita por montañas despobladas, que aquí tenemos de sobra, para vivir emociones distintas a las de la PS4 y sus juegos con personajes de un futuro postapocalíptico. Algo distinto también a la tensión que da sostener el cubata en la barra mientras retas con la mirada a la piba que siempre está con otro.
Qué mejor divertimento que lanzarse al anochecer en un 4x4 con tracción total hacia allí donde nieva de pelotas y no hay ni dios. Total, si hay algún apurillo y ya no hay diversión posible, sus móviles de última generación los comunicará con los rescatadores, que siempre están de guardia. Iran con camisas guapas, eso sí.
Si la nevada es un cristo, mejor, más emoción y más mala hostia gastarán porque, en qué país vivimos que deja que corra riesgos gente en la flor de la vida, por Dios. No, no pasará eso y gentiles miembros de los operativos de rescate acudirán hasta ellos con mantitas, un termo de caldo caliente y muchas palabras de consuelo. Hasta les dejarán hacerse un selfie con ellos para recordar esa noche tan de puta madre que han pasado.
Más nos vale que nieve pronto y repetido para no perder el sentido común heredado, no menos importante que el llenado de los pantanos por lo menos.