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Aquí fue Aquí fue
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Javier Hernández-Gracia

Si algo de conmovedor tiene la historia es ese momento donde la emoción estalla como un baño de luz, cuando el documento visual o escrito te transporta a un momento que aunque atávico se hace presente. La historia casi siempre plasma ciertos aromas de romanticismo y, a la vez, puede trasmutar a un cortejo de idas y venidas. Perfectamente en algunas historias pudiéramos afirmar un: “me dicen que no quieres que te cortejen”. Estas son las cosas que tiene Teruel, un rastreo por sus muchas vicisitudes y te aparecen cosas y detalles que son historia de altura, contando además con una veladura de drama, comedia y ópera bufa que lo hace único e inigualable. Al final de los sesenta, también empezaron muchos a preguntarse aquí, lo del por qué el peón nunca se come al rey; me viene a la cabeza lo que decía Eduardo Paz con aquello de que de esta tierra hermosa dura y salvaje haremos un hogar y un paisaje, seguimos en el empeño pero cuesta. Hay que ver lo que cuesta subir la cuesta de enero de la historia, el talón de Aquiles en cuestión es que suele haber mucho cazoletero en este tipo de búsquedas y el que no sabe como el que no ve.
Total que por los sesenta se daban cita aquí en torno a libros, clases, poemas, noches de universos dispares del arte y algún celtas corto, gentes que por estas razones cuajan el cuerpo y la mente de emociones posteriores, al menos me pasa eso; aquel José Antonio Labordeta, entonces más poeta que nada, con sus veladas culturales, sus escritos sobre "Leñeros y Arcillas" y con cánticos ocasionales, un creador con su álgebra aplicada a las letras que iniciaba caminos de arte como director de teatro con alumnos dispares -y tanto- como ha demostrado la historia, hace falta ser muy Labordeta para tener en su grupo a Federico y a Joaquín. Pero esto lo decimos ahora. Con toda seguridad entonces todo era una jota de los proyectos o una copla de los tropiezos, ambas cosas no vienen bien para hablar de aquellos tiempos.
Y fue aquí, en el colegio San Pablo, donde teatros y noches se abrazaron entre revistas audaces y representaciones oxigenantes, donde Buñuel no era pecado ni las direcciones de José Sanchís Sinisterra, herejía, y diremos que contar con el valenciano entre nosotros es algo que a unos cuantos nos enorgullece, casi lo hacen académico de la RAE. Pero independientemente de esos designios, yo le daré las gracias una y un millón de veces por su "¡Ay Carmela!" Seguro que Carlos Saura también está agradecido. Luego se acuñó aquello de la “Generación Paulina” que es una definición que me encanta.
De repente y como si de un golpe de cierzo se tratara, la velada de la historia sienta a la mesa a Labordeta, Sanchís Sinisterra, Jesús Oliver, Agustín Sanmiguel, José María Pérez Calvo, Eloy Fernández Clemente. Con esos alumnos entre los que obligado es citar a Joaquín Carbonell, Federico Jiménez y muchos otros o los llamados alumnos de instituto pero fuera del colegio, Gonzalo Tena, que ya pintaba algo en la historia, algo que me alegra especialmente; sin olvidar en esa parte del plano externo a las chicas, comprometidas y además audaces en unos tiempos, donde sabemos qué papel daba el régimen y la sociedad a la mujer indistintamente de la edad; significativa fue la presencia de Pilar Navarrete o Carmen Magallón, "La zapatera prodigiosa" de Federico García Lorca que dirigió el propio Labordeta y que cosechó un segundo premio nacional en Orense.
Tiempos emergentes donde cosas que hoy se nos antojan fáciles, eran campañas de exploración imposible, donde el teatro, el periodismo la cultura en fusión con el individuo era un pulmón creador para una atmosfera diferente, un proemio de aconteceres que marcaban toda una declaración de intenciones ante un futuro que ni se vislumbraba, donde la curiosidad era conocimiento y las letras eran caricias.
Aquellos “Paulinos” plenos de valentía, incluso con página propia en este periódico en aquella navegación borrascosa denominada "Lucha". Un meritorio intento de asomar la cabeza con ideas nuevas y con experiencias que sin duda se transmitieron en palabra y obra de aquella generación. Hoy miramos esos tiempos de audacia, vemos cómo los años pasan, y en la despensa del saber tenemos lo escrito por todos, lo cantado por algunos y otras mutaciones más sorprendentes cara al micrófono de los actuales días; diremos con energía “Aquí fue” donde se levantó la ventana y así airear el colchón de borra escaldada de Aragón, un camino cada vez más ancho y que no ya no se detendría aunque hay cosas que lejos de cambiar han  tenido una metamorfosis sin más; años después mirando el horizonte vemos que sigue con polvo, niebla, viento y sol.