Síguenos
Sábados Sábados
banner click 244 banner 244
Juanjo Francisco

Desde bien pequeñajo decidí que mi día de la semana preferido sería el sábado y a ello me apliqué y a ello me aplico todavía. Las razones de esta decisión son variadas y de interés exclusivamente personal, si bien temo que alguna de ellas se me escapará en el transcurso de esta columna.
En sábado soy más feliz aún sin ser consciente de ello y a pesar de que algún palo gordo me ha dado la vida precisamente en este día. Da igual. Es pura coincidencia y, al final, las sensaciones son las de siempre, buenas.
Cuando tomé la decisión de elegir el sábado tenía muy recientes mis aventuras infantojuveniles en el pueblo, en unos tiempos en los que nuestro juegos de acción no eran virtuales y sí reales, muy reales. Siempre empezaban al término de la Sesión de Tarde, cuando la primera cadena de TVE emitía unas películas, casi siempre del lejano Oeste, que nos dejaban dos horas pegados a la pantalla.
Al término de esas películas era cuando empezaba lo bueno. Era el momento de poner en práctica lo que habíamos visto en la tele y la pandilla entera elegía sus papeles en la pelí real que íbamos a poner en práctica, a lo largo y ancho de campos y calles, en toda su extensión, privilegios del pueblo.
Una de las grandes tardes sabatinas tuvo lugar el día que proyectaron El jardín del diablo, de Henry Hathaway, con Gary Cooper, Susan Hayward y un Richard Widmark que toda mi vida me ha parecido el tipo más duro que he visto en pantalla. Bien, pues ese western (tal y cómo se dice ahora) tenía una escena, cuanto menos difícil de reproducir luego en la réplica que hacíamos los de la cuadrilla.
Había un tipo al que los apaches habían crucificado en mitad del desierto. Ninguno de nosotros se aprestó a ser crucificado, claro, pero jugamos a la película, por supuesto. Y fuimos felices.
Ahora creo que muchos chavales dedican sus sábados a jugar desde un sofá con una PS4.
Disfrutan, lo sé, dirigiendo a tipos musculosos y armados hasta los dientes que trituran a rivales sin piedad pero nunca experimentaran las emociones que vivimos nosotros, por mucho Hathaway que se nos cruzara.