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Vuelve Pla

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Fernando Arnau

Como Josep Pla ya lleva treinta y tantos años ausente, hay quien resucita sus notas desperdigadas o no publicadas (por razones tristemente asumidas), escritas entre los años cincuenta y sesenta del siglo pasado. Es el mismo ejercicio que se hace con el Labordeta de Paisajes queridos, recientemente publicado, con escritos del profesor cuando todavía no sabía que recalaría por unos años en Teruel y, seguramente, no imaginaba que cantaría algo más que rancheras en modo juerga. El libro de Pla que cae en mis manos, Fer-se totes les il·lusions posibles, publicado por Destino, recupera “otras notas dispersas” de la ingente cantidad de apuntes que, a modo de dietario, el escritor ampurdanés dejó.
Manuel, mi bibliotecario de guardia, me trae desde la biblioteca de Fraga un primer Cuadern gris, notas juveniles sin desbrozar del autor, con sus correspondientes variantes idiomáticas e incorrecciones gramaticales, entre las que ya aparece la melancólica frase que da título al libro e infinidad de variantes hijas de los ateneos: “El que no tiene religión, para no hacer un papel ridículo, ha de tener la sífilis...” De mi propia biblioteca releo Madrid. El advenimiento de la República, incluido en la colección de Clásicos del siglo XX, de El País, en 2003.
El escritor de Palafrugell, ya está metido de lleno en el mundo del periodismo de vanguardia. Su percepción de los protagonistas y hechos del momento histórico que narra, está arropada por el paisaje humano y sentimental de su primera juventud. Un antiguo faldonaire de este periódico, desliza el comentario, algo paranoico, de la eventual instrumentalización del Pla de mediados de los sesenta del siglo pasado, por los independentistas. Lo dudo, pero no del todo.  Mucho antes, entre 1918-1919, el estudiante Pla anota, p.e., en su cuaderno “Tal vez el gran motor de las acciones humanas sean las humillaciones. En política al menos, no hay más que eso…” La visión de un joven ajeno entonces a guerras y dictaduras que piensa que “es horrible no tener ninguna ilusión, salvo esta diabólica ilusión de escribir a la que lo sacrifico todo. ¿Qué es preferible, una felicidad mediocre o un dolor superior?”, precipita las valiosas “notas dispersas” que ahora ven la luz.