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El árbol de la vida El árbol de la vida

El árbol de la vida

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Cruz Aguilar

Observé la pasada Semana Santa que tocar el tambor o el bombo va mucho más allá de golpear unos palos de madera contra una piel o un plástico. Mientras estás tocando sientes los golpes del vecino, que se mimetizan con los tuyos, incluso los roces de sus brazos al blandir la maza contra el parche, y todo el cuerpo te vibra con el retumbar del suelo. 

Tu música apenas se oiría si sonara sola, sería un tintineo malsonante, un hachazo al pulcro silencio. Pero junto con otras decenas de personas, otros cientos de cofrades y otros miles de tamborileros es el todo. En ese momento no hay nada más, solo tu concentración para contribuir al estruendo apoyando al compañero y sintiendo su calor. La Semana Santa, como otras manifestaciones populares, es una suma de muchos y participar en ella, con un papel tan sencillo que podríamos comparar con una gota de agua dentro de un gran pozal, supone pertenecer a la comunidad, ser parte de un todo. Esta participación nos hace sentirnos vinculados a un territorio, a unas gentes, a nuestro pueblo. Es integrar un grupo donde hay miles de intereses dispares pero uno común: las raíces.
El alfarero de Albarracín, Eloy Moreno, ha hecho una obra de arte en Guadalaviar que se llama El árbol de la vida, huella para el futuro y es, como su nombre indica, un gran árbol hecho con las huellas de las manos de todos los habitantes del pueblo. Los mayores son el fuerte tronco que sustenta a decenas de hojas. Algunas grandes y otras pequeñas con mucho tiempo por delante, pero que siempre estarán ahí, sujetas a las ramas, que son sus vecinos, a los que a su vez protegen del sol dándoles sombra. Ayuda mutua.
Ese sentimiento de ser parte de algo que te protege y que va más allá de la familia no se tiene fuera de los pueblos, donde cada uno va a la suya. Por eso para muchos es tan importante regresar, siempre que es posible, a los orígenes, al calor del hogar conocido, a compartir ratos con los que nos han visto desde que íbamos a gatas. Todos deberíamos ser parte de algún árbol de la vida, sea en el lugar que sea, para que el tronco de los que nos quieren nos sujetase en los vaivenes del viento.