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Problemas de identidad Problemas de identidad

Problemas de identidad

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Elena Gómez

Voy a comenzar con una obviedad: nadie tiene una discapacidad por gusto. Por muchas ventajas que nos ofrezcan las leyes, renunciaríamos con gusto a todas y cada una de ellas por recuperar la salud. En serio, a mí me gustaría ser una ciudadana del montón y no tener que pensar en mil estrategias para evitar -o suavizar- todas las trabas que me voy a encontrar cada vez que emprendo cualquier cometido.

Lo absurdo de esta afirmación es que hay personas que nos envidian, que piensan que somos afortunados. Hace poco un famoso presentador de televisión le dijo a una chica con parálisis cerebral: "¿Y tú tienes parálisis cerebral? Jo, ¡quién la quisiera!". Sobran los comentarios.

Lo verdaderamente asombroso es, sin embargo, que hay muchas personas anónimas que quieren ponerse en nuestro lugar a menudo. El otro día una buena amiga, usuaria de silla de ruedas, me contaba que en una tienda de ropa tuvo que esperar un buen rato a poder ocupar un probador destinado a personas con movilidad reducida, ya que estaban dentro dos señoras sin discapacidad mientras el resto de probadores se hallaban vacíos. Es evidente que mi amiga no podía entrar en ellos.

Es habitual encontrarnos baños adaptados ocupados por quien no le corresponde o destinados a almacén, coches en nuestras zonas de aparcamiento, objetos en los mostradores más bajos, vehículos o contenedores en rebajes y marquesinas, viajeros ocupando nuestro sitio en el autobús, obstáculos en las plataformas elevadoras… Y lo peor de todo es que todavía hay quienes se atreven a contestar airadamente si les explicamos su actitud invasiva.

Si no tenemos todos conciencia de que la discriminación positiva no es solo cuestión de los poderes públicos, será imposible avanzar hacia una sociedad igualitaria y más justa. Como decía una campaña contra los aparcamientos abusivos, la estupidez no es una discapacidad. No quieran ser yo, no les gustaría.