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Peracense y Ródenas Peracense y Ródenas

Peracense y Ródenas

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Juanjo Francisco

Entramos ya en el corazón del verano, la época en la que los pueblos de esta provincia parecen revivir tiempos añejos. Todos tienen gente, chiquillos que corretean, cada vez menos por cierto a causa de los dispositivos móviles que los anclan a las sombras de las plazas donde hay wifi gratuito, y antiguos vecinos que regresan al terruño por unos días.
Estallan las semanas culturales repletas de actos y conferencias de temas variopintos y las comisiones de fiestas, un totum revolutum de personajes, se afanan en cerrar los programas. La vida, en definitiva, de los pueblos en agosto es una gozada efímera pero evidente.
Aquí y ahora quiero destacar, dentro del contexto antes descrito, a dos localidades casi escondidas en los límites de Teruel con Guadalajara: Peracense y Ródenas. La primera ha tomado cierto nombre gracias a un castillo que con el tiempo se va a convertir en un referente turístico de primer orden pero la segunda parece más ignota. Bien, pues hace poco recorrí brevemente ambos pueblos, una tarde noche de sábado de julio, con un grupo de familiares residentes todos ellos en el corazón de La Mancha. Con ellos degusté algunos ratos de paseo y observación y con ellos reconocí el encanto de lo sencillo, la pulcritud de las calles y la dignidad de las construcciones de los dos municipios. Había un poso de veraneo antiguo en aquellas callejas cerradas por grandes caserones...
Fueron apenas unos instantes pero sentí la armonía de la naturaleza fundida en aquellos pueblos y supongo que era lo que sintieron los que venían conmigo.
Es posible que lugares como estos ya solo permanezcan para que el visitante ocasional sienta lo que yo viví y, solamente por eso, ya merecen eternizarse.
Pero por ahora y ojalá por muchos años más, aún hay gente en estos lugares que sabe disfrutar de un lugar tranquilo donde los atardeceres  te dejan pegado al suelo y el sol despliega un abanico de colores rojizos y verdes. Es una excelente combinación la de aquellos parajes que, en un rincón de Teruel, ofrecen sensaciones dignas de ser experimentadas.