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Una impronta de la Edad Media pervive en la estructura urbana de las villas y aldeas de Gúdar-Javalambre Una impronta de la Edad Media pervive en la estructura urbana de las villas y aldeas de Gúdar-Javalambre
Vista aérea de Torrijas y el posible emplazamiento del Castillo

Una impronta de la Edad Media pervive en la estructura urbana de las villas y aldeas de Gúdar-Javalambre

La elección de los emplazamientos, en lugares fáciles de defender, muestra la preocupación por su defensa de los antiguos moradores de la zona
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Por Javier Ibáñez

El pasado medieval de los pueblos de la Comarca de Gúdar-Javalambre se encuentra escrito en su estructura urbana. Como si del ADN de un ser vivo se tratase, la traza de las calles y las escasas plazas de la parte más antigua de sus poblaciones, junto con la división parcelaria de sus manzanas, constituyen huellas imperecederas de las primeras generaciones que poblaron este territorio tras la repoblación aragonesa.

Las preocupaciones de estas gentes quedan patentes en la elección de sus emplazamientos. Querían pueblos que fueran fáciles de defender, con la mínima inversión posible en la construcción de costosas fortificaciones; tenían que encontrarse cerca del principal espacio agrícola asignado, especialmente de las tierras que podían irrigarse, ya que cualquier alejamiento innecesario restaba control sobre las cosechas y suponía incrementar el tiempo de desplazamiento (el suyo y el de todas las generaciones que les siguieran). Cerca del emplazamiento, debían existir puntos de suministro de agua suficiente y fiable; en algunos casos no fue posible, y varios pueblos, como Sarrión y La Puebla de Valverde, tuvieron que acometer la realización de costosas obras de captación y traslado de agua, relativamente poco tiempo después de su creación, para poder asegurar el suministro a una población creciente.

Una vez establecido el emplazamiento, era necesario trazar las calles, delimitar las manzanas y dividirlas en parcelas, para después distribuirlas entre los futuros pobladores. También había que reservar un espacio suficientemente amplio para construir la iglesia, pensando también que junto a esta debía estar el camposanto; y, evidentemente, dejar sitio para el horno de pan y otras reservas señoriales y/o instalaciones comunitarias; todo ello, pensando en que la población debía quedar rodeada por una cerca o un muro (en muchos casos, al menos al principio, la parte posterior de las casas), con sus correspondientes portales. 

Todo esto no siempre fue sencillo: muchos de los emplazamientos elegidos eran de fácil defensa, pero sumamente incómodos, lo que obligó a trazar calles estrechas y sinuosas (ajustándose a las curvas de nivel), carentes de plazas propiamente dichas y con parcelas pequeñas y en desnivel. Estas circunstancias debieron influir en el paulatino desplazamiento de algunos núcleos de población hasta emplazamientos más cómodos, una vez que pasó el peligro que determino la elección de tan estrechos e incómodos emplazamientos. Esto pudo suceder, por ejemplo, en la parte más antigua de Alcalá de la Selva, situada en la abrupta ladera del Castillo.

Además, algunos de esos primeros emplazamientos estaban especialmente expuestos a los rigores climáticos, como la Peña de la Magdalena, que albergó el Gúdar medieval, hasta su desplazamiento a su situación actual.

Estos fueron algunos de los más difíciles retos (junto con la definición de espacios agrícolas, de pastos y de monte y la división parcelaria y la distribución en lotes) a los que debieron enfrentarse los primeros repobladores. El acierto en la mayor parte de los casos queda patente en el hecho de que, ocho siglos después, esos núcleos urbanos perduran.

Y evidentemente, tras la planificación, fue necesario proceder a la construcción de las casas, iglesias, murallas, hornos, etc. Y la formalización de la parcelación agrícola y el trazado de las primeras acequias de riego. Un colosal trabajo que se prolongó durante décadas y generaciones.

Emplazamientos abruptos

Gran parte de los primeros asentamientos, creados durante el propio proceso de Reconquista, se instalaron en la cumbre y/o ladera superior de cerros o espolones de notable pendiente, generalmente al amparo de un castillo o una torre y protegidos por un recinto defensivo. No hay que olvidar que durante casi siete décadas esta fue una tierra de frontera, amenazada por constantes expediciones de saqueo desde los territorios situados bajo control musulmán y que muchas posiciones fueron reiteradamente recuperadas por los sarracenos.

Necesariamente, la trama urbana de estas poblaciones se adaptaba a la topografía, con calles paralelas a las curvas de nivel. Normalmente, la plaza era tan sólo un pequeño ensanchamiento del vial principal. Su tamaño es variable: Linares de Mora (3 hectáreas) y Alcalá de la Selva (1,4 hectáreas), son los ejemplos de mayor superficie; en el lado opuesto se encuentra el núcleo originario de Rubielos de Mora (El Campanar, 0,5  hectáreas); y entre ambos extremos, Arcos de las Salinas, Formiche Bajo y Torrijas. Los ejemplos más característicos de este tipo datan de finales del siglo XII o primeras décadas del XIII. Osea, de un momento en el cual el peligro sarraceno aún era patente.

Cumbres aplanadas

Pero no siempre el emplazamiento seleccionado fue tan incómodo. En algunos casos fue posible instalarse sobre lomas alargadas de cumbres aplanadas, delimitadas por escarpes o fuertes pendientes que facilitaban su defensa. En estos casos, la ubicación fue más cómoda y el urbanismo no se encuentra tan mediatizado por la topografía; las calles pueden ser más rectilíneas y se crean auténticas plazas. Su tamaño también es muy variable, desde Puertomingalvo (4,3  hectáreas) y la parte antigua de Mora de Rubielos ("Villavieja" 3,6  hectáreas), hasta Castelvispal (0,2  hectáreas), pasando por Fuentes de Rubielos, Nogueruelas. La cronología de estos núcleos es muy similar a la indicada para el grupo anterior, esto es, finales del siglo XII o primeras décadas del XIII.

Un caso peculiar

El emplazamiento y la organización urbana de Valdelinares rompe con los patrones definidos para el resto de la Comarca. Situada al pie de la Peña de San Cristóbal - El Cementerio, la aldea se creo entre 1262 y 1264; pero lo que parece ser su parte más antigua, es irregular y poco compacta, con amplios espacios vacíos intercalados, no teniendo nada que ver con las tendencias ortogonales dominantes en ese momento; pero si con algunos "pueblos ganaderos" de la Comunidad de Albarracín. En torno a ese núcleo central aparece una orla de calles bien alineadas y espacios compactos, presididos por una clara ordenación; pero esta parte parece datar la Edad Moderna.

Otro aspecto significativo de Valdelinares, es la ausencia de cualquier tipo de potencialidad defensiva, lo que podría obedecer o bien a la existencia de algún tipo de estructura fortificada no identificada hasta el momento en lo alto de la Peña de San Cristóbal - El Cementerio; o bien a qua sus pobladores se consideraban a salvo, por su situación en la parte más alta y recóndita de la Sierra.

El abandono

La tendencia a desplazarse hacia espacios más cómodos se acentuó en durante el siglo XVI, momento en el que en algún pueblo abandonó casi totalmente su antigua ubicación para instalarse en vaguadas contiguas, construyendo nuevas iglesias parroquiales en el nuevo emplazamiento; tal fue el caso de Alcalá de la Selva, Albentosa, Gúdar y El Castellar, gran parte de cuyos vetustos edificios de finales del siglo XII al XV se ocultan en el subsuelo del entorno de sus respectivos castillos.

Los "barrios".

Consideración a parte merecen los “barrios”, núcleos subsidiarios organizados a modo de aldea, pero carentes de estructura concejil e iglesia parroquial (al menos durante la Baja Edad Media). Se concibieron desde un principio como pequeños núcleos concentrados, tal y como queda patente su estructura urbana y en la organización modular de parcelas y campos. Ocupan posiciones ligeramente resaltadas y contiguas a los campos de labor, careciendo de recinto amurallado. Se constata su existencia en los términos municipales de Albentosa (Fuente del Cepo), Camarena (Mas de Navarro), Manzanera (Las Alhambras, Los Olmos, Alcotas, El Paul, Los Cerezos), Mora (Las Barrachinas), Mosqueruela (La Estrella) y Olba (Los Giles, Los Villanuevas, Los Pertegaces, Los Ramones, Los Lucas y Los Ibáñez Bajos); aunque alguno de ellos podría ser ya del siglo XVI, reflejan una intensificación del poblamiento que hunde sus raíces en la Baja Edad Media, en algunos casos gracias a la paulatina ampliación de los espacios irrigados.

Aunque inmersos en el mismo fenómeno del poblamiento intercalar, estos “barrios” no deben confundirse con las agrupaciones de masías, fruto de la división de antiguas masadas.