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Cómo duele... Cómo duele...

Cómo duele...

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Elena Gómez

Soy de esas personas que piensan que casi siempre recibimos lo que damos. Es por ello que me gusta regalar buenos gestos para percibir energía positiva de todos aquellos que me conocen. Pruébenlo, es muy agradable escuchar constantemente frases del tipo "te veo muy guapa, como siempre" o "tú siempre con tan buena cara". Aunque no sea verdad, me hace sentir bien.

Por eso, siempre que salgo de casa, me dibujo una sonrisa en el rostro y voy mirando de frente. No me gusta contar mis desgracias a nadie, solo unos pocos elegidos cargan con semejante responsabilidad. Porque desgracias tengo, como todo el mundo.

Una de ellas, la más oculta y desconocida, es el dolor. La discapacidad física casi siempre duele, y mucho. Cargar con más de 40 años sobre una silla de ruedas conlleva complicaciones a menudo invisibles. El organismo se deteriora, los músculos se atrofian y los huesos se deforman. Cada día es una afrenta contra el padecimiento y muchas veces me pregunto qué es lo que no me duele.

Una pequeña tabla de salvación es la fisioterapia. Una disciplina imprescindible para nosotros y que no nos llega de forma suficiente desde la sanidad pública. La mayoría de las personas con discapacidad física tenemos que pagar, sin ayudas, sesiones vitalicias para tener una calidad de vida más o menos digna.

La medicina hace lo que puede con nosotros, pero cuando se van sumando complicaciones es muy difícil aplicar tratamientos eficaces. Si, además de todo esto, no parece importar en Teruel que nos hayamos quedado temporalmente sin Unidad del Dolor en el hospital por falta de recursos humanos, hay momentos en que la desesperación llega a cumbres insospechadas.

Pero claro, que sabrán nuestros dirigentes del sufrimiento humano…

Así que toca tirar de resiliencia y positivismo, de momento no queda otra. Pero no se preocupen, seguiré sonriendo porque la vida es demasiado valiosa para andar lamentándose.