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Los mejores trabajos Los mejores trabajos

Los mejores trabajos

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Paco Caretas y Chema Vistebien tenían el mejor trabajo del mundo. Eran los pinchandiscos del Canary, el mítico bar de La Zona de Teruel que regentaba Samuel. 

Parapetados en su cabina con cristales, tenían el poder de hacernos escuchar la música que les apetecía en cada momento. Eso sí, a veces atendían peticiones: Ahora algo de Golpes Bajos; el involdable Dissidenten, de Fata Morgana; lo último de Danza Invisible, Smashing Pumpkins o los Jesus and Mary Chain, que por algo íbamos de modernos y llevábamos los pantalones remangados.

Si había suerte, Paco y Chema te dejaban entrar a la cabina, elegir algún disco e incluso ponerlo en el plato y darle al start, y eso ya era lo más de lo más. Nada que ver con los Dj de ahora, con sus impersonales ordenadores.

El segundo mejor trabajo del mundo lo tenía Alberto La Gramola, que durante años regentó la mayor y más completa tienda de discos de Teruel. Lo sabía todo sobre el mundillo y nunca fallaba cuando te recomendaba algo desconocido. Podías estar seguro de que lo iba a petar. Allí compré el primer disco (en realidad fue un cassette) de mi vida: La Ley, de Radio Futura.

El tercer mejor trabajo del mundo, después del de Caretas, Vistebien y La Gramola, era el de Fidel Cantín, el histórico fotógrafo de este periódico. Todos se cuadraban ante él, incluidos los intocables gobernadores civiles y los ministros. Sabían a ciencia cierta que, si no atendían a sus requerimientos, se quedaban sin salir en los papeles.  

¿Y el cuarto mejor trabajo del mundo? El de montador de escenarios en la plaza de toros para los conciertos de las Fiestas del Ángel y de ese trabajo no hablo de oídas. Mientras llevabas maderas o altavoces, te podías cruzar con Andrés Calamaro, Ariel Rot y el resto de Los Rodríguez o con Coque Malla y sus Ronaldos.

Eugenio Monesma hizo una serie sobre costumbres, oficios perdidos y tradiciones de Aragón que todavía la ponen en la tele de vez en cuando. Igual ha llegado el momento de renovar el producto y recordar los trabajos que ya no son como antes. 

Sí, vale, lo reconozco, he tenido un ataque de nostalgia.