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Resiliencia Resiliencia

Resiliencia

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Elena Gómez

Es más difícil soportar el sufrimiento ajeno que el propio, lo sé por experiencia. Hay personas, afortunadamente cada vez menos, que se sorprenden de mi vitalidad y optimismo. Muchas de ellas me dicen que soy un gran ejemplo porque sobrellevo la adversidad con una sonrisa, y que si les pasara algo parecido no lo podrían soportar. Nada más lejos.

Como me gustan mucho las palabras poco frecuentes, hoy voy a hablar de resiliencia. Siempre he pensado que el ser humano tiene una capacidad inmensa de adaptación a sus circunstancias, y que quizá sea eso lo que nos distingue del resto de animales, si es que esa diferencia existe.

Adaptarme a cada bofetada de la enfermedad degenerativa se ha convertido para mí en algo natural y habitual. No digo que sea fácil, pero es lo que hay. Si no relativizas el dolor y te ríes de la desdicha, estás perdida. 

Hace unos años, gracias a una amiga psicopedagoga, me enteré de que lo que es normal en mi día a día tenía un nombre. Según algunos psicólogos, ser resiliente es saber afrontar la adversidad de forma constructiva, adaptarse con flexibilidad y salir fortalecido del suceso traumático.

Que yo practique este comportamiento, casi sin darme cuenta, no significa que no tenga días malos. Los tengo, como todo el mundo. Incluso he tenido caídas muy importantes que han requerido de ayuda profesional para poder superarlas.

Pero la mayoría de las personas sentimos más tristeza y frustración cuando sabemos que nuestros seres queridos están padeciendo. En muchas ocasiones, escondo el dolor físico o emocional para no dar quebraderos de cabeza a los míos. Es una cuestión de retroalimentación: si yo estoy bien, ellos están bien. Y viceversa.

En estos días en que una persona muy cercana a mí está sufriendo mucho, es cuando más me está costando seguir adelante. Pero seguramente ella, si supiera esto, intentaría disimular un poquito para que me sintiera mejor.