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Miguel Juliá, Alfonso Casas, José Manuel Muñoz y Fernando Martínez de Baños. Miguel A. Artigas

"La puntilla a la República no se la dio el Ebro, sino Teruel"

Cuatro expertos debaten sobre los pormenores de la importante batalla de la Guerra Civil
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El salón de actos del hotel Reina Cristina de Teruel se quedó  pequeño para acoger la primera mesa-coloquio sobre la Batalla de Teruel organizado por la Fundación Miguel Gargallo, una charla a la que acudieron numerosas personas de diferentes instituciones políticas y culturales, del estamento militar y también aficionados a la historia bélica.
La mesa contó con tres ponentes; el decano del Colegio de Abogados de Teruel Alfonso Casas, autor de varios libros sobre el tema, comisario de numerosas exposiciones sobre la guerra civil –ahora mismo puede verse una de ellas en Villarquemado, sobre la Batalla de Alfambra– y vocal del comité técnico del futuro museo de la guerra civil de Teruel; el teniente general José Manuel Muñoz Muñoz, nacido en Huelva y con amplia experiencia en teatros bélicos fuera de España; y el coronel Fernando Martínez de Baños, doctor en Historia  y escritor de Guerra Civil en Aragón, Maquis y guerrilleros o Canfranc en la encrucijada entre otros.
Como moderador actuó el coronel Miguel Juliá, subdelegado de Defensa de Teruel, que realizó una breve introducción sobre la historia de la Batalla de Teruel del invierno de 1937 a 1938, y desarrolló el debate mediante preguntas que trataron de explicar el alcance y las claves de un episodio crucial en la guerra civil, algunas de los cuales todavía están sujetas a interpretaciones dispares desde el punto de vista histórico y militar. 
Uno de esos interrogantes que siguen siendo una incógnita a día de hoy, y que se prestan a múltiples interpretaciones, es la razón que impulsó al general rebelde Varela a detener repentinamente el avance de sus tropas el 31 de diciembre, una vez había llegado a la Muela y estaba a tiro de piedra del Seminario, último foco de resistencia frente al cerco republicano, en lugar de completar la conquista de la ciudad aprovechando que los republicanos habían abandonado sus posiciones. Al día siguiente estas fueron reocupadas, lo que provocó que la reconquista definitiva de la ciudad se demorase casi dos meses más. 
Alfonso Casas, para quien esa noche “fue clave”, explicó que lo más convincente es pensar que el rápido avance de El Campillo a La Muela de Varela provocó que sus tropas se estirasen y el general prefiriese esperar el apoyo del Cuerpo de Ejército de Galicia de Aranda, cuyo avance estaba encontrando muchas más resistencia, antes de entrar en la ciudad. José Manuel Muñoz coincidió con él, ya que “Varela tenía ese flanco descubierto y temía ser rodeado y aislado si penetraba más allá de La Muela”. Además “era imposible que Varela pensara que los republicanos estaban abandonando sus posiciones defensivas, y si alguien se lo hubiera podido decir hubiera pensado que era una trampa, porque eso es algo absolutamente atípico”.
Sin menoscabo de esa teoría, Martínez de Baños aportó el factor ego de Varela. “Él había querido entrar en Toledo y no pudo, y seguramente quisó esperar al día siguiente en Teruel porque pensó que entraría en la fecha simbólica del 1 de enero, a plena luz del día y el loor de multitudes. No hay que olvidar que a Varela le llamaban Varelita y quería ganar su tercera Laureada a toda costa”.

Batalla decisiva
Otra de las preguntas que se formularon fue sobre si la Batalla de Teruel fue decisiva o no en el curso de la guerra. Los tres ponentes estuvieron de acuerdo en que sí. Muñoz explicó que el primer gran error de la República fue disolver el ejército en 1936 y crear el Ejército Popular, “nuevo, improvisado, con oficiales políticos y que durante toda la guerra estuvo aprendiendo a ser un ejército”. Y el segundo fue “empeñar sus mejores tropas en una operación tan poco ambiciosa como Teruel”, que se planteó como una maniobra de diversión para evitar la ofensiva franquista sobre Madrid. “El desgaste republicano fue brutal, ocho divisiones quedaron liquidadas en Teruel, algunas de ellas de lo mejor que había. Y nunca se recuperaron de ese golpe”. Según el teniente general, “la República comenzó a perder la guerra cuando disolvió el ejército, y la puntilla no le llegó en el Ebro, sino en Teruel”.
Casas coincidió en que la batalla fue definitiva en el curso de la guerra por el desgaste “y la imposibilidad de reponer muchos mandos intermedios”, y Martínez de Baños añadió que “Teruel fue una nueva manifestación de los enormes defectos de concepción que tuvieron las operaciones republicanas”. En este punto, Muñoz y Juliá recordaron que Vicente Rojo fue un “excepcional estratega”, pero “no contó con los peones necesarios para llevar a cabo sus operaciones”. 
“De hecho Rojo siempre ordenaba que los puntos aislados  fueran tomados por tropas de segundo escalón”, apuntó Juliá, “pero esto no se respetó en Teruel”. 
Quizá si la República no se hubiera enriscado en la ciudad de Teruel y hubiera continuado su avance hacia Zaragoza el sino de la guerra hubiera cambiado. Casas recordó que Lister escribió en sus memorias que quizá hubiera podido hacerse ese avance, “pero la operación tenía como objetivo únicamente hacer que las tropas de Franco que iban a marchar hacia Madrid tuvieran que desviarse a Teruel, y en ese sentido el objetivo se cumplió”. 
Muñoz aseguró que un ejército relativamente bisoño como el Popular dificilmente hubiera podido avanzar hasta conseguir una tenaza sobre Zaragoza, aunque quizá esa bisoñez se manifestó precisamente en obcecarse “con Teruel, cuando cualquier militar profesional sabe que hay que evitar llevar las operaciones a las ciudades, y esquivar el combate urbano, especialmente cuando la ciudad está destruida, porque eso favorece a los defensores”.