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Misionero Misionero
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Cuando tenía 12 años fui misionero durante medio día, el tiempo que tardé en coger un tren nocturno de Teruel a Valencia y volver a casa en el primer convoy que hacía el viaje a la inversa. Alguien podrá decirme que técnicamente no lo llegué a ser, porque no ayudé a nadie, pero no pienso discutir a estas alturas por semejante nimiedad.

El caso es que con 12 años pensé que mi lugar en el mundo estaba ayudando a los negritos que se morían de hambre en el África y que nos enseñaban en las filminas del colegio.

Así que, aunque me sentía muy querido por mis padres y toda mi retahíla de hermanos, con nocturnidad y alevosía me escapé de casa a medianoche, bajé a la estación de tren y pedí un billete para Valencia. Ni el hombre de la taquilla, ni el revisor, ni la media docena de pasajeros se extrañaron al ver a un monigote con una mochila y tocado con un salacof que, además, llevaba unos prismáticos al cuello.

En mi cabeza todo aquello sonaba bien. Llegaría a Valencia, cogería otro tren hacia el sur y luego me haría un barco de palos para cruzar a África. Y una vez allí, seguro que encontraba negritos a los que ayudar.

Pero nada salió como estaba planificado. La estación de Valencia me pareció demasiado grande para un niño de provincias que jugaba al fútbol de portero en la Placeta de los Amantes y que lo más arriesgado que hacía era saltar la tapia del hundido para recuperar el balón.

Cuando no vi la cosa clara,  me acerqué a la taquilla, pedí un billete para Teruel y me merqué un paquete de monedas de chocolate de Nestlé, que mis padres nunca nos compraban porque estaban a un precio prohibitivo.

Mi regreso no fue triunfal, más bien lo contrario, aunque mi padre, que fue el encargado de irme a buscar a la estación, me lo perdonó todo cuando le entró la risa al verme bajar con mi mochila, mi gorro de aventurero y mis prismáticos. 

Yo jamás hubiera contado esta historia en una columna, pero hace diez minutos me he dado cuenta de que este domingo me tocaba escribir a mi y no tenía nada preparado. 

He intentado dar pena y que me cubriera alguien, pero no todo el mundo tiene el alma de misionero como yo.