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A todos ellos A todos ellos

A todos ellos

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Cruz Aguilar

A Angelines, que supo conducir despacio, pero con seguridad, entre las curvas de la maldita enfermedad para llegar a buen puerto. A María Jesús, que demostró que el pelo rapado es tendencia y que hay que lucirlo a tope. A Nieves, por esos buenos ratos que, aunque breves, persisten en nuestra memoria grabados a fuego. A Amparo, que ya ha tocado muchas campanas por las victorias de sus batallas.

A Guillermo, que con cuatro años me enseñó que la vida y la muerte están solapadas, pero una de ellas supone el vacío, aunque yo la viviera entre columpios  y risas mientras los de mi alrededor lloraban. A Teresa, por convertir el cáncer en arte a través de la imagen y ayudar con ese trabajo a otras personas que ahora necesitan su fuerza y ejemplo para no desmoronarse. A Isabel, toda una maestra en el arte de la costura, la peluquería y otras muchas disciplinas. Pero sobre todo por ser madre hasta el final y pensar en los demás incluso en el último aliento. A Pepe, cuya sonrisa sigue viva a través de su nieto.

A Iratxe, un ejemplo y lección de vida para todos los que estuvimos cerca. Su entereza en los momentos más difíciles tuvo compensación y los rayos de sol salieron, al fin, entre las nubes. A Michel, que puso palabras a sentimientos a los que otros no nos atrevemos ni a mirar de lejos.  A Silvia, porque su estrella sigue luciendo en Gargallo y  en Soria y, cuando el fresco de la madrugada nos pilla de fiesta por esos pueblos, la sentimos más cerca que nunca.
A Pura, que planificó todo por si pasaba lo peor, para que nadie tuviera que ocuparse de sus cosas, pero finalmente hubo luz, y cartas y más nietos, al final de un túnel que ahora parece más alejado que nunca. A Pascual, Cid Campeador de una batalla demasiado larga e injusta. A Berta, por todas las croquetas y pasteles que le quedan por hacer para los suyos, que ahora están ahí dándole ánimos. A Isabel, a Ricardo, a Guillermo, a Rosario y a las cientos de personas que un día sintieron miedo. A Antonio, a José María y a Ernesto, que saben que el humor puede con todo y, si no, al menos hace más ameno el sufrimiento. A Raquel y José Luis, por seguir ahí. A todos ellos y a muchos más.