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El grito de la España interior que se oyó alto y claro pidiendo justicia El grito de la España interior que se oyó alto y claro pidiendo justicia

El grito de la España interior que se oyó alto y claro pidiendo justicia

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Madrid es una ciudad acostumbrada a ignorar causas. Cada día, ocho manifestaciones de todo tipo recorren sus calles. Las plazas y calzadas madrileñas son el escenario de protestas que en ocasiones obligan a cortar el tráfico o cambiar recorridos de autobuses. 

Es realmente difícil conseguir que alguna de esas concentraciones atraiga la atención del ciudadano medio, pero este domingo, en Madrid, la voz que se escuchó de los miles de turolenses, sorianos, zamoranos... reclamando justicia y dignidad para los pueblos, llegó al corazón de los que compartimos algo más que las raíces con esa España Vaciada.

Del cordón de autobuses que bordea el Retiro salen sin parar familias enteras, gente de todas las edades, muchos jóvenes, con camisetas reinvindicativas, pancartas, banderas de diferentes colores, llenas de lemas. Y eso ya es diferente, una manifestación donde tanta gente de diferentes lugares, ideologías y edades son capaces de unirse en un solo grito.

Más de 50.000 participantes, dice la Delegación del Gobierno, se apiñaron en un recorrido de 2 kilómetros entre Colón y Neptuno. Eran las 12.30 cuando comienzan a moverse poco a poco, había que dejar paso a los manifestantes que seguían llegando y las primeras gotas de lluvia empezaban a caer.

Lluvia. Ni 10 días la hemos visto en todo el invierno en Madrid. Y precisamente tenía que empezar a caer justo cuando los tambores daban por iniciada la manifestación. El agua nos empapó de lo lindo, limpió por fin el cielo de Madrid y descongestionó nuestras vías respiratorias. Parecía como si no bastase con conseguir movilizar a colectivos de 24 provincias y llegar a Madrid. Pero la gente de los pueblos está más que acostumbrada a no achantarse, a no salirse del camino ni a quedarse en casa por unas gotas así que aligeramos el paso.

De ahí no se movió nadie y a los gritos preparados desde casa, se sumó un “Por Teruel, mójate” que arrancaba sonrisas a su paso. Bolsas de plástico acabaron de improvisados sombreros y al cabo de unos minutos, las pequeñas pancartas se doblaban por el peso del agua. 

La manifestación es una fiesta, los lemas y pancartas reflejaban la imaginación de los asistentes; “Hemos venido a pillar cobertura”, “En invierno, para ver gente hay que entrar en Facebook”, “Sexo y acción contra la despoblación”. Carteles que desfilaban bajo los colgados por el ayuntamiento en las farolas del Paseo del Prado sobre el reciente cierre del centro de Madrid a los coches, “Madrid Central”

“No hay un puto bar aquí”, dice una chica a mi lado. Y es verdad, entre Colón y Neptuno no hay ni un sitio para tomar un café, es el Madrid para los vehículos, donde las aceras son de risa y grandes edificios oficiales se mezclan con museos. Al llegar a Neptuno, la vi entrar al Starbucks que hay en la plaza, uno de los grandes símbolos de la deshumanización de la ciudad, que cada día pierde comercios tradicionales y locales de siempre dejando paso a franquicias y negocios de moda para un turismo masificado. 

No es Madrid una ciudad pensada para las personas y menos en los últimos 20 años. Estos días salió publicado en El País un artículo que retrata lo que muchos sufrimos, la subida de los alquileres que nos arrebata sueldos enteros, la expulsión de familias y los jóvenes de lo que eran sus hogares dejando el centro a los pisos turísticos.

Los que vivimos en Madrid o en otras grandes ciudades, vemos ahora cómo nos sacan de nuestras casas, alejándonos del entorno urbano. Algunos se plantean vivir más lejos, en las ciudades dormitorio que bordean la ciudad, lo que significa horas de desplazamiento cada día. Y otros se preguntan si merece la pena malvivir para sobrevivir cuando existen zonas despobladas alejadas de la locura de la ciudad.

Muchos de los que viven en Madrid no serían capaces de hacerlo en un pueblo, ni siquiera aunque contasen con todo aquello que se le ha arrebatado y negado a las provincias por la dejadez de los políticos. Pero no entienden que ocurre exactamente lo mismo al revés, que los que resisten en las zonas rurales, en las pequeñas ciudades, lo hacen porque quieren, porque así lo han decidido a pesar de todas las dificultades que supone, de todas las carencias que hacen más difícil quedarse. Porque son de pueblo, algo tan digno como ser del barrio de Salamanca.

El domingo el grito de esos luchadores de la España interior se oyó alto y claro pidiendo justicia, igualdad para aquellos que han decidido no reblar ante la falta de infraestructuras, de médicos, de banda ancha, lo que por derecho les corresponde como ciudadanos que son. Los tambores resonando a su paso por la Cibeles se oyeron por encima del sonido del helicóptero que nos sobrevolaba como siempre ocurre en las grandes movilizaciones, en las que hacen historia.

Y bajo esa lluvia, con ese temblor de los bombos y tambores de Teruel, se veían escenas realmente emotivas, las de los reencuentros y abrazos entre amigos, las de los besos entre abuelos y nietas. Muchos herederos de esa España Vaciada, de esos que decidimos buscar fuera las oportunidades, escudriñábamos rostros familiares. Y los encontramos.

Neptuno se acabó desbordando mientras desde el escenario se enumeraban, una a una, las 94 organizaciones y asociaciones adheridas al manifiesto. Nombres de pueblos, de ciudades, lemas de resistencia y lucha, que nunca los leones del Congreso, a tan solo unos metros de distancia, habían escuchado antes. Tras cada nombre, aplausos y gritos de apoyo de todos los asistentes, en un ejercicio de solidaridad y causa compartida poco habitual en este tipo de actos. 

Unos gritos firmes, secos, con hartazgo e indignación pero esperanzados desde todos los rincones de España que han hecho enmudecer la voz de los de Madrid, que, por una vez, se quedaron en los extremos, a cubierto bajo las marquesinas y tejadillos, aplaudiendo y mirando, pero dejando el centro, el protagonismo a aquellos que venían de la periferia, de las cuencas mineras, de la sierra de Arcos, a aquellos que reivindican infraestructuras en Teruel, en Granada, en Extremadura, a los ganaderos, las agricultoras, los que luchan por el olivo en Oliete, a los que sienten orgullo de ser rurales. 

El acto termina con una demostración, una más, de cooperación, con algo tan sencillo como el sonido de cuatro bombos y las manos de miles de asistentes aplaudiendo al unísono. No hay ensayo. No hace falta. Todos sabemos lo que hay que hacer para que suene como un único latido. Todos sabemos lo que necesitan nuestros pueblos para mantener el pulso firme, para tener un futuro.