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Elena Gómez

Para mí no hay nada más sagrado que la infancia. Los niños son nuestro tesoro más preciado y deberíamos cuidarlos con un esmero exquisito. Sin embargo, o porque la globalización es una infinita ventana al mundo, o porque nuestras sociedades se están degenerando hasta límites insospechados, tengo la sensación de que los niños siguen siendo los que más sufren. En cualquier sitio podemos ver a los enemigos de la inocencia.

Recientemente, en España nos hemos sobrecogido con dos noticias en las que una madre ha hecho daño a sus propios hijos. A casi todos nosotros esto nos resulta incomprensible, la única explicación que se nos ocurre es la enfermedad mental, porque nuestra escala de valores no nos permite pensar en una maldad tan extrema.

Pero lo que a mí personalmente sí me molesta mucho es ver cómo se manejan algunas de estas noticias en los medios de comunicación masivos. Por un lado, están las aves de rapiña que se alimentan de la desgracia ajena cada día en televisión. La morbosidad, el sensacionalismo y el espectáculo están por encima de una información veraz. Por otro lado, están los especuladores que tergiversan las noticias para poner el acento en sus intereses políticos y económicos, y más ahora que estamos en precampaña.

Estoy convencida de que escuchar hasta la saciedad la afiliación política o ideológica de una mujer trastornada que ha atacado a su propio hijo, no aporta nada a la noticia. De hecho, es muy probable que cuando esta persona comenzó su andadura en la representación social,  nada indicara que sufría una perturbación mental. Y aun así, es lo que más se ha repetido en los últimos días.

Me resulta muy preocupante lo que está pasando con los medios de comunicación en general, aunque sigo creyendo a pies juntillas en los periodistas de raza, íntegros y honestos. Afortunadamente, todavía es posible encontrar alguno de vez en cuando, sobre todo en este diario.