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Melodrama británico Melodrama británico

Melodrama británico

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Juan Corellano

‘El Impaciente Inglés’. Ese fue el mejor nombre que conseguí inventar para titular el espacio en el que se agrupan estas mis columnas de opinión. Al contrario de lo que pueda parecer, tras esta nomenclatura no se esconde devoción alguna por la tendencia al melodrama que tiene el cine británico. Sin embargo, este nombre no ha podido ganar más vigencia con la actualidad, pues en el marco actual del Brexit no me imagino a un inglés de otra manera que no sea esperando impaciente un final para esta enrevesada historia. 

Las votaciones llevadas a cabo la semana pasada en el Parlamento Británico han supuesto un nuevo aplazamiento de una posible resolución. Cuando el año pasado preguntaba desde la absoluta ignorancia a compañeros, amigos y profesores cómo iba a acabar todo, ellos solo podían responderme con un “no tenemos absolutamente ni idea”. Tristemente, meses después la situación no parece haber cambiado en absoluto. Todas las posibilidades siguen abiertas mientras las fechas para un posible fin siguen bailando en el horizonte. 

Tras toda esta incertidumbre, a uno le da la sensación de que el Reino Unido está en una de esas incómodas situaciones en las que has llevado una mentira demasiado lejos, y ya es demasiado tarde para recular. Lo cierto es que esta decisión fue desde el primer día vista por todo el mundo como un tiro en el pie. Por todo el mundo, menos por quienes la tomaban motivados por el miedo que infundieron algunos partidos entre la población. Miedo ante la cuestión migratoria que afectaba a toda Europa y miedo por el terrorismo que también atacaba unas islas que históricamente se habían sentido seguras tras el agua que les separa del resto del continente. 

De esta forma, empujados por un racismo y un chovinismo infundados, decidieron que lo mejor para un país cuya economía se nutre de ser abierta y global era aislarse. Ahora, tras haber reconocido el error en su decisión, son incapaces de reconocerlo y recular. Los políticos británicos siguen jugando con la paciencia de su población por una cuestión de orgullo y prejuicios. Desde luego, su predilección por el melodrama es innegable.