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Andrea Andrea
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Javier Lizaga

Hay dos cosas que nos encantan. Los complots y los Superman. Nos gusta explicar lo que nos pasa, dice Pardo, por fuerzas ocultas, todopoderosas, llámese complot judeomasónico o los inversores internacionales o la mala suerte. Vamos, es imposible resistirse al destino, solo queda rezar. Ante tal plan la única salida parece alguien superpoderoso, sea Trump o Superman… Por llevar la contraria, digamos que más que complots hay gente real con demasiado poder y posibilidades reales de manejar el cotarro. Y Superman…es un cómic y una manera de desanimarnos.

Esta depresión de vida, presupone también que el esfuerzo es cosa de ricos. Me explico. Se desprecia popular (cualquiera puede ser, dicen, panadero, agricultor, periodista, cómico o pastor) mientras se refuerza a los burócratas, quien a base de esfuerzo, nos cuentan, van ascendiendo en la Gran Compañía de la gran ciudad. Ese cuentochino para mantener entregados a los empleados, se completa con la explicación de que si alguno de la baja estofa avanza es porque tiene un don sobrenatural (Maradonas o Picassos), esto es, la excepción.

 Quería llegar hasta aquí antes de presentar a Andrea Esteban. Empezó a jugar al fútbol con 6 años. El sueño estaba, al principio, a 1.000 kilómetros semanales, los que hacía para entrenar su padre al volante y ella resolviendo los deberes atrás. Con las sub17 fue oficialmente una de las mejores jugadoras de España. Seguían los viajes, los días fuera de casa y llegaron las lesiones: 5 operaciones de rodilla. Eso supone entrenar sola y sin fecha, con dolor y sin fecha, ir al psicólogo para convencerse de que uno no tiene la culpa de lesionarse. Hace unas semanas anunció su retirada. Mientras tanto, como cuando hacía los deberes en el viaje de vuelta, ha completado estudios de fisioterapeuta y de entrenadora. 

Me gustaría preguntarles si es una perdedora o una absoluta ganadora. Les dejo también deberes para que me digan si el triunfador es el que tiene dinero, independientemente de cómo, o el luchador esforzado que pelea sus sueños, aunque los vaya reformulando. Responde José Hierro: Llegué por el dolor a la alegría, supe por el dolor que el alma existe, por el dolor, allá en mi reino triste, un misterioso sol amanecía.