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Juan Corellano

Para los que vivimos fuera de Teruel, las vacaciones como estas de Semana Santa siempre son una buena ocasión para volver a casa, al lugar del origen. Para el viaje en cuestión, además de una maleta siempre preparo también una mochila donde viaja mi ordenador, un par de libretas, mi agenda y unos cuantos bolis. 

Aunque no lo parezca, esta mochila es mucho más de lo que aparenta a simple vista. 

Es el mensaje que me mando a mí mismo antes de volver: “esta vez sí que vas a hacer cosas de provecho, ya verás cómo te cunde en Teruel”. Esta Semana Santa disponía de más de una semana completa en casa y yo estaba convencido de que esta vez era la buena.

Pues bien, nada más llegar era evidente que mis quehaceres tendrían que esperar un poco. Tras comer con la familia, las cañas reglamentarias para ponerse al día con amigos a los que no ves desde hace dos meses eran irrechazables. El problema es que esas cañas con el paso de las horas mutaban a cenar por el centro, después a unas copas en la zona, más tarde a llegar a casa con el sol en todo lo alto y finalmente a inhabilitar el día siguiente por motivos de salud. No pasaba nada, todavía me quedaban días.

Superado el primer fin de semana, las fechas de lunes a viernes parecían las idóneas para, por fin, hacer algo de provecho. Sin embargo, de repente la semana se llenaba de cafés pendientes con amigos y conocidos de todo tipo y algún que otro plan familiar. 

De nuevo llegaba el fin de semana sin haber abierto la mochila y la cosa ya no tenía remedio. El viernes fiesta en un pueblo cualquiera de la provincia. Esta vez fue la localidad de Alba del Campo, ¿por qué no? 

El sábado otro día de baja y finalmente el domingo metes la mochila de nuevo al coche sin haber siquiera rozado sus cremalleras. Te avergüenzas por haberte mentido a ti mismo de esta manera, pero estás contento. Al fin y al cabo, siempre sienta bien volver a casa.