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Mochufas Mochufas

Mochufas

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Javier Lizaga

Salvo que repartan pescado a días alternos, o corten el pelo de manera itinerante no creo que conozcan cómo suenan las calles vacías de esta provincia. La otra opción es que gasten rueda para hablar, entrevistar si se prestan, a los vecinos, pero esos tampoco somos muchos afortunados. Es una sensación rara. Como entrar en el piso de alguien que ha dejado las llaves puestas y ha marchado de vacaciones. A veces, parecen decorados de película, otras la película se grabó hace demasiados años. Las puertas atrancadas combinan con una cortina levemente corrida donde aparecen unos ojos que contarán a su hija de Barcelona las novedades. Mientras otros hemos descubierto maravillados una carrasca más vieja que Estados Unidos o una torre que nunca saldrá en Juego de Tronos. Las únicas distracciones suelen ser algun gato, el trino hegemónico y reivindicativo de los pájaros y algún vecino a sus quehaceres con un perro como copiloto, ambos metidos en sus cosas.

La tercería opción es, claro, que vivan en un pueblo, pero, entonces ustedes no pueden ser mochufas. ¿Quiénes son los mochufas? Santiago Lorenzo nos ha regalado una sátira emparentada con la locura de Mendoza y la crudeza de Valle Inclan que, por su bien, deberían leer (“Los asquerosos”). Tan sobrado de ingenio va este tío que en ese libro, del que no voy a desvelar ni mú, se inventa una palabra que quería compartir con ustedes. Los “Mochufas” son casi una clase social, aquellos visitantes de pequeños pueblos desde sus grandes ciudades que hablan a gritos por el móvil promulgando que quieren desconectar cuando se pasan el día mirando al celular y subiendo fotos idiotas a las redes. Los que visten de verde caki como si fueran a descubrir la selva camboyana o embuten sus tripas en camisetas de gimnasio. Aquellos que devaluan el apelativo “cariño” de tanto arrojarlo, que vienen “a recagar las pilas” y cuya máxima vital es “disfrutar”, como si repitieran el slogan de un anuncio y todo salteado con “niños plañidera”, de esos que mandan más que un general sudamericano, y por supuesto, del ruido de sus quads.

A mí, que siempre me pareció más sano que me llamen gilipollas que un cumplido, creo que la palabra mochufa nos pone a todos ante el espejo y ante la duda de si no somos un poco así. A veces, la distancia a la realidad es la misma que nos separa de la felicidad.