Vivimos días extraños, parece que hemos desbarrado completamente y que estamos presenciando el principio de nuestro ocaso. Pero tengo la sensación de que, si tuviéramos una máquina del tiempo, podríamos comprobar que no somos tan diferentes a nuestros congéneres de hace siglos. El ser humano es inseguro y osado a partes iguales, vivimos en un difícil equilibrio entre el progreso y el miedo a avanzar.
En algún sitio he leído que cuando se inventó el tren se publicaron varios estudios científicos que demostraban que viajar en esta máquina era perjudicial para la salud debido a la velocidad que alcanzaba. Muchos fueron los que proclamaron que el invento sería un fracaso cuando empezara a morir gente… y ahora los que no podemos disfrutar del tren nos sentimos discriminados por nuestros gobernantes.
Hace ya mucho tiempo que escucho que la era de la digitalización nos está haciendo perder valores y que muy pronto no vamos a saber relacionarnos con los demás de forma natural. Sin embargo, ya nos parece descabellado que alguien no utilice redes sociales o incluso móvil. Y a pesar de todo ello, seguimos teniendo relaciones de toda índole con otras personas de forma presencial.
Y todo esto lo cuento porque esta semana he conocido en persona a otro de mis seguidores en Twitter. Ya van unos cuantos, y hasta el día de hoy no he sufrido ninguna decepción. Todo lo contrario. Las redes sociales me ayudan a conocer a personas con mis mismos intereses a lo largo y ancho del mundo, y a veces llega el momento de transformar los mensajes escritos por una buena conversación delante de un café. Les recomiendo esa sensación, es inigualable.
Por eso me declaro fan del progreso, cualquier intento que facilite nuestras vidas y la comunicación a nivel global, es bienvenido a mi día a día. Creo a pies juntillas que cualquier avance tecnológico o científico, utilizado con moderación, puede ayudarnos mucho.