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No estamos tan mal No estamos tan mal

No estamos tan mal

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Juan Corellano

Aunque ser periodista es tremendamente grato y reconfortante la mayor parte del tiempo, lo cierto es que, como en cualquier otro trabajo, es inevitable que de vez en cuando me cause algún mal día y algún quebradero que otro de cabeza. 

En mi caso, cuando eso sucede he ido descubriendo que lo que de verdad me tranquiliza es pasarme el día pensando en la de oficios peores que hay por el mundo. Mal de muchos, consuelo de tontos, dicen. 

Cuando maldigo el día en el que se me ocurrió la feliz idea de estudiar periodismo, pienso por ejemplo en las personas que se encargan de doblar las películas argentinas a otros idiomas. Si el español ya es de por sí complicado, en el campo del insulto en Argentina han alcanzado cotas de complejidad impracticables para cualquier traductor. 

Y ya no solo me refiero a la dificultad de la tarea, sino también a la frustración que deben sentir esas personas cuando ven como una traducción de medio pelo acaba por diluir la belleza pura y genuina de un insulto argentino y termina por convertirlo en una faltada estándar. Ni en ‘Mira quién baila’ estaban expuestos a ver tanto talento desperdiciado. 

En estos días malos, con frecuencia también pienso en los camareros y camareras de noche. De nuevo, es un gremio que requiere labores encomiables de traducción borracho-español español-borracho. 

Todo eso sin contar la paciencia necesaria para ser llamado durante todo el día ‘niño’, ‘jefe’ o ‘majete’ acompañado por un silbido cabrero y no agredir a nadie. Desde aquí un aplauso sincero para todos vosotros, camareros nocturnos.  

Así, en estos bucles sin fin en los que imagino estos y muchos otros trabajos peores que el mío, me acabo convenciendo de que esto de ser periodista podría ser peor. 

De modo que hoy termino con un mensaje a todos los periodistas que me lean: ¡Al loro! Que no estamos tan mal, hombre.