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Francisco Herrero

El Ratoncito Pérez es un simpático animalito que visita las almohadas infantiles para depositar un billetico cada vez que un diente de leche decide soltarse de unas tiernas encías. Por ser verano, tenemos en Aguatón algo de chavalería en edad de mudanza, Pérez se ha trasladado a nuestro pueblo por si le dan faena y, ya de paso, se ha traído a la familia. Se sabe de la capacidad reproductora de los roedores, así que no es de extrañar que estemos infestados tanto en el casco urbano como en el campo.

Con ánimo de escribir una columna original, iba a enumerar ratones míticos del imaginario común. Internet, no obstante, ha superado mis expectativas. De repente he llegado a una página en la que se preguntan si estás pensando en adoptar una rata o quieres hacerlo en fecha próxima. La curiosidad periodística me ha llevado a tragarme el infumable texto donde se afirma que las ratas son inteligentes, afectuosas y muy divertidas. Que se lo digan a mi madre, que tiene el huerto repleto de ecológicas trampas mortales para evitar que le roan los puerros o las raíces de las acelgas. La fosa común en el abandonado huerto de al lado pide ya ampliación. Quizás no sea necesaria tamaña obra, ya que al parecer hay gente interesada en la adopción. Si mi progenitora fuera una agencia sin muchos miramientos, igual hasta podía hacer negocio.

El artículo digital recomienda tener todo pensado para cuando la rata llegue a casa. No solo el cuco y las mantillinas, sino también el nombre para el registro civil. Esto último es muy importante, pues tiene que ser corto, original y que no haya personas cercanas con ese apelativo. Vamos, que no le pongas Marisol o Maricarmen, como un par de canes que conozco. Las propuestas para los ratones son Boris, Bowie, Gin, Kodak, Sushi, Paco o Pepe, entre otras. Las sugerencias para las ratas son Bárbara, Chanel, Dalsy, Florencia, Simona, Ramona o Rita.

La rata suele tardar en aprenderse el nuevo nombre, al parecer. Lógico. Hay que ser un tonto de marca mayor para no darse cuenta de la inutilidad del ser humano para enseñar.