Últimamente me pasa algo extraño. Casi siempre que veo una cifra, es capicúa. No es broma, estoy alucinada. Cuando miro la hora, son las 11:11 h., las 13:13 h. y así en cualquier momento del día; pasado mañana cumplo 44 abriles, el año que viene es el 2020, mi número de censo electoral es el 666… No sé si es una coincidencia, si mi mente me está advirtiendo de algo o si esto es una señal. Parece una locura, pero no.
Por si acaso, he consultado en el diccionario el significado de la palabra capicúa y me he encontrado las siguientes acepciones: "Número que es igual leído de izquierda a derecha que de derecha a izquierda./ En el juego del dominó, modo de ganar con una ficha que puede colocarse en cualquiera de los dos extremos".
Y, claro, yo veo las palabras izquierda, derecha y extremos en el mismo párrafo y me acelero. Porque capicúa es una especie de empate numérico donde da igual que leas hacia adelante o hacia atrás, un bloqueo sin solución de cifras egocéntricas. Como la política española.
Siempre he defendido la pluralidad política y los pactos de gobernabilidad, porque pienso que amplían el abanico de representatividad y abren vías de diálogo y tolerancia. Pero también pensaba que los líderes políticos eran personas capaces de ceder en beneficio de lo que conviene a la sociedad.
¿Desde cuándo es más importante el reparto de carteras que un compromiso de políticas sociales? Nuestros representantes están más obsesionados con el sillón y con la cuota en los medios que con llegar a acuerdos de Estado. A veces pienso si no les regalarán un metro cuando consiguen su escaño para que midan su cabeza, a ver quién la tiene más gorda.
Y así seguimos, empatados, bloqueados y con la sensación de que nuestros impuestos se van en elecciones cada vez más insignificantes. Tal vez el bipartidismo no era tan malo. Total, qué más da ir de izquierda a derecha, o de un extremo a otro. Yo sigo viendo capicúas por todos los lados. Y a este paso, así estaremos hasta febrero del año 2020…