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Juan Corellano

Este es el oficio más importante del mundo, hace falta vocación. Me harté de escuchar estas palabras en la universidad y cada día que vivo como periodista reafirma mi desacuerdo.
La segunda parte de la frase es la que me inquieta, pues sinceramente creo que no hay nada en este mundo más peligroso que tener una vocación. Primero, por ser una deriva del sueño americano que invita a perseguir imposibles. “Taylor Swift invitándote a perseguir tus sueños es como un ganador de la lotería diciendo: vende todo lo que tengas, compra boletos, funciona”. Soy incapaz de resumirlo mejor de lo que lo hizo el cómico Bo Burnham con estas palabras en su entrevista en el show de Conan O’Brien. 
Segundo, porque las vocaciones nos condenan inexorablemente a la insatisfacción. De conseguir nuestro objetivo, este rara vez se corresponderá con la perfecta imagen mental que llevábamos años formando. Muchos periodistas entran a una redacción esperando vivir su Watergate. A los días se dan cuenta de que periodismo es derrocar a un presidente y también ‘Las 10 mejores playas de España donde pasar tus vacaciones en familia’. Con el tiempo, los principios fundamentales de Kapuscinski dejan paso al “espero que no pongan el aire fuerte, que me he levantado con la garganta tocada”. 
Tercero y último, la vocación es para mucha gente la zanahoria que distrae su atención de las alforjas y le invita a seguir caminando. Para qué matar a Hitler. 
Si tuviera una máquina del tiempo, iría al Liverpool del siglo XIX a intentar explicarle a un obrero con los pulmones rebosantes de alquitrán que sus reivindicaciones muy bien, pero necesito hacer horas extra no pagadas para poder cumplir mi sueño de ser especialista en marketing digital. 
Contra lo que pueda parecer, soy inmensamente feliz haciendo lo que hago, pero creo que una forma más sana de enfrentar la vida pasa por aceptar que esta va mucho más allá de un trabajo, una carrera o una vocación. Simplemente, me resulta curioso que, como sociedad, nos dediquemos a preguntar a los niños de cinco años qué quieren ser de mayores. Más aún, cuando lo único que desean todos los mayores, es volver a ser un niño de cinco años.