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Juan Corellano

Últimamente, antes de ver un vídeo en YouTube siempre me aparece el anuncio de un tipo que promete cambiarme la vida. Promete hacerlo aplicando el sencillo método que a él le hizo rico y feliz. Yo reacciono con escepticismo. Tan bien no le habrá ido en la vida si nadie le ha dicho que grabar vídeos en vertical es una práctica que viola todas las convenciones sobre derechos humanos del planeta. 

Coaching y esas cosas del molar mucho todo el rato. “Sal de tu zona de confort”, te dice el Coelho de turno que ha hecho carrera vendiendo en libros, conferencias y charlas una misma idea una y otra vez. Si eso no es conformismo, yo ya no sé nada de la vida. 

Hay muchos preceptos de este mundo motivacional tan extendido hoy en día de los que reniego. Sin embargo, el querer embellecerlo todo y buscar siempre el lado positivo de las cosas es el que menos comparto. Hay días y momentos en la vida que son como la pizza con piña: lo mires por donde lo mires, no tiene lado bueno. 

Intentando buscar siempre el lado bueno, no solo dejas de llamar a las cosas por su nombre, sino que también te pierdes una de las cosas más bonitas de la vida: tener un día de mierda y disfrutarlo. 

Has dormido fatal, y el sabor a quemado no se ha ido de las tostadas por mucho que rascaras con el cuchillo. 

El bus que has perdido te ha hecho llegar tarde al trabajo y no has dado una en la oficina. Ese dolor en la garganta al final van a ser anginas y tu cuenta bancaria tiene menos dígitos que un reloj de pared. 

Terminas el día cenando un yogur mientras ves callejeros. Tocas fondo. ¿Qué hay más bonito que saber que, pase lo que pase, el día de mañana solo puede ir a mejor?

Por lo tanto, mi consejo es que intentéis disfrutar también de vuestros enfados, vuestros días malos y de tocar fondo. Creo que ha quedado bastante claro, a mí esto del coaching no me acaba de motivar.