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Ignorancia y desesperación Ignorancia y desesperación

Ignorancia y desesperación

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Raquel Fuertes

La verdad, no sé cómo ha podido pasar. No soy consciente de haber hecho clic en ningún enlace siniestro respaldado con mi tarjeta de crédito ni de haber mantenido ninguna conversación con cierre de la operación con ninguno de los interlocutores que a diario me llaman en la hora de la siesta para regalarme televisores o minutos sin fin (¿la oferta también será válida para mi duración como ser humano?).

Pues sí, no sé cómo pero estoy suscrita a tres plataformas de televisión de esas que incluyen centenares de series con, a su vez, centenares de capítulos. Para verlos en casa, en el monte o en la playa. Que los gigas ya no son problema y tienes todo el universo del séptimo arte y sucedáneos en tu móvil (siempre que la cobertura no te deje de lado, claro está).

Y así estoy: desesperada. Primero porque al final sí que llega el pago de una u otra manera. Que si te lo incluye tu suscripción a no sé qué. Que si te hemos mejorado el paquete y ahora te entra todo esto (uy, qué mal me suena esta frase). Que si mi hijo fue más rápido y contrató algo que no sé cómo descontratar porque, por supuesto, no tengo las claves.

A la desesperación por el pago (que muchos pocos suman un mucho) llega la generada por la constatación de otra gran realidad: ni con diez vidas tendría tiempo para ver todo lo que las superofertas incluyen. Por no ver, soy de esa ínfima parte de la población occidental que no ha visto ni un solo capítulo de “Juego de tronos” (me entregaré a la tentación y acabaré viéndola, lo sé). Con eso lo digo todo. Es como si tuviese de pronto un carné de préstamo de la Biblioteca Nacional y me sintiera culpable por no poder leer ni la milésima parte de lo publicado en este país.

Como dejar de trabajar, comer, salir y, en definitiva, vivir no entra en mis planes, seré realista y veré lo que buenamente me venga en gana. Seguiré sin saber cómo he llegado hasta aquí, pero intentaré llevarlo sin desesperación.

(Lo sé: el titular también es aplicable a lo que sentimos la mayoría de los ciudadanos frente a la actuación de nuestros políticos, pero no me apetecía hablar de lo obvio).