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Juan Corellano

El otro día vi Múltiple de Shyamalan y estoy profundamente decepcionado. No es que este director sea santo de mi devoción, pero lo cierto es que la premisa de esta película me pareció realmente endeble. Todo el suspense pende del trastorno sufrido por un hombre que le lleva a albergar en su interior veintitrés personalidades diferentes. ¿Por qué debería eso sorprenderme? He visto personas con una personalidad más camaleónica intentando congeniar con los jefes en una cena de empresa.

Socialmente tendemos a considerar el inmovilismo de nuestro carácter como algo positivo. Sé tú mismo independiente del lugar y contexto en el que estés, nos decimos. Sin embargo, cuando un niño grita y tira los cubiertos al suelo en un restaurante reprobamos su actitud. Ahí veo serias contradicciones. 

Contrario a nuestras aspiraciones sociales, yo más bien creo que los seres humanos cambiamos constantemente de personalidad para adaptarnos a lo que nos toca vivir en cada momento. Y menos mal. 

El mejor ejemplo está en la conducción. Siempre hablamos del cabreo generalizado de los usuarios de Twitter, pero el colectivo de conductores llegó antes y mejor a lo de vivir enfadados. He de reconocer que, pese a considerarme una persona pacífica, el Juan al volante saca un rendimiento notable al dedo corazón. Mi teoría es que en la carretera hemos encontrado un vacío legal en el que poder faltarnos al respeto con impunidad, y todos lo aprovechamos para descargar las tensiones de nuestra vida cotidiana. 

Otro habitual desdoblamiento de personalidad llega de la mano del alcohol. Que la gente cambia cuando bebe es un hecho. Para mí, lo más gracioso de esta transformación es que tiene síntomas físicos que son personales, particulares e intransferibles para cada uno de nosotros. Por ejemplo, uno de mis mejores amigos siempre se ata el jersey cruzado en el pecho. Cuando quienes lo conocemos lo vemos así, sabemos que es el momento de huir.

En conclusión, me parece un error considerar que alguien tiene una gran personalidad por esforzarse en ser la misma persona todo el rato. Además, con ello, cuando alguien te pide explicaciones por lo que hiciste anoche, renuncias a la mejor excusa que tienes para responder: ese no era yo…