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Otoño Otoño
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Raquel Fuertes

Pasaba por una calle bulliciosa, sin estrépito ni estridencias. Conversaciones, risas, comida y copas en una noche agradable y placentera. Al cambiar de calle, de repente, se acabaron las terrazas y quedaron un silencio y una soledad que, lejos de inquietarme como hubiera sucedido antes, solo me dejaron una sensación de paz y la certeza de que todo estaba bien.

Fue como pasar de un verano lleno de sensaciones a un otoño plácido y sereno. Curiosamente, también era el día en el que cambiábamos de estación y venía de celebrar el 50 cumpleaños de una amiga de esas que no puedes ni recordar cuándo empezamos a compartir momentos décadas atrás.

Sí, todo olía de repente a otoño. Esa calle. Las estaciones. La vida. ¿Y? Pues, incluso para mí, que soy de verano, de pronto no me pareció tan mal.

Todo lo que nos rodea es un elogio y una búsqueda de eterna juventud. Los cánones de belleza difícilmente traspasan la treintena en los estereotipos de marketing más efectivos (sobre todo en las mujeres) y las arrugas, la flacidez, la pérdida de cintura y la ganancia de nuevas curvas parecen susceptibles de juicio público con fácil sentencia de culpabilidad. ¿O no?

Pues, la verdad, no. El sueño de la juventud eterna es una quimera que durante años no te deja ver la realidad: eres como eres, aquí y ahora y este momento puede ser igual de bueno que los que pasaste veinte o treinta años atrás.

Quizás, hasta mejor. Te conoces mejor, te aceptas y has aprendido algo fundamental: a mirar la vida con perspectiva. Ya nada es tan absoluto y pasional, pero todo puede ser más razonable y satisfactorio. Porque la pasión, matizada con la experiencia, produce sensaciones más placenteras y duraderas que la mera explosión del momento.

Miras hacia atrás y piensas “me hubiera gustado ser veterinaria”. O músico. O electricista. Pero no lo dices con arrepentimiento hacia lo que eres. No es un “en vez de” lo que soy sino un “además de”. Porque avistar el medio siglo y entenderse y quererse van unidos a la sensatez y a la constatación de que la vida tiene buenos y malos momentos. Alegrías y tristezas. Soledades y compañía. Como un otoño con lluvia, viento y frío pero también con sol, brisa y luz. Pura vida.