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Repetimos Repetimos
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Juan Corellano

La democracia española desesperada ante un escritorio sepultado en votos. Ha llegado septiembre y le ha pillado con los apuntes sin estudiar. Ya solo le queda la épica: “si meto esta apruebo”. Junto a la basura una bola de papel formada con las papeletas de mayo. Esa no entró, pero era de prueba. Repetimos. Arquea el brazo, esta vez con los comicios de noviembre en la mano. ¿Entrará esta?

Desde Ronaldinho y sus natillas Danet hasta el UPYD post Rosa Díez. La historia no se cansa de acreditar la validez de la frase “segundas partes nunca fueron buenas”. Sin embargo, el ser humano es el único animal capaz de encariñarse con la piedra que le pone la zancadilla y llamarla ‘destino’. 

La tercera parte de El Padrino, Matrix Reloaded y Matrix Revolution o las nuevas sagas de Star Wars. Todas habituales ejemplos de malas repeticiones en el cine. No puedo estar más en desacuerdo. Estas películas salieron bien al menos una vez. Era un riesgo, pero intentar exprimir la gallina de los huevos de oro un poco más tenía cierto sentido. Una rubia muy legal 2, eso sí que fue un acto de fe. Mis respetos a quienes pusieron la chequera.

Tampoco hace falta salir de nuestro comportamiento individual para ilustrar nuestra predilección por la repetición. Que el ser humano aprende de sus errores es una de las mayores falacias existentes en nuestra sociedad. Tu ex, el restaurante mexicano de la esquina y el apoyo incondicional a tu equipo de toda la vida son solo ejemplos que lo prueban. 

Resulta alarmante la inocencia con la que nos hemos quedado embobados observando el lanzamiento. Todos pendientes de si entra o no la pelota. La precariedad laboral, la asfixia de los precios del alquiler o la España vaciada estaban antes de mayo y seguirán presentes después de noviembre. 

Como país, resuelto este embrollo electoral, solo nos quedará el consuelo de ver cómo una de las cunas de la democracia compra el paquete Donald Trump completo después de un periodo de prueba de cuatro años. Todo el mundo repite. Como aquel que ve Callejeros desde el piso de treinta metros cuadrados que permite su sueldo y se le escapa un: “Pues tampoco estoy tan mal”.