Los seres humanos necesitamos vivir en comunidad para sentirnos protegidos. Sin embargo, hay demasiadas personas que rompen de forma deliberada y continuada las reglas básicas de convivencia que nos garantizan una existencia pacífica, sobre todo en lo relacionado con el comportamiento cívico. Maltratar o ensuciar las calles y el mobiliario urbano supone mucho dinero para nuestros bolsillos, pero muchos no saben que para las personas con movilidad reducida, ciertas situaciones suponen un verdadero drama.
Hace unos días caminaba yo por una acera bastante estrecha y llegando al final de la misma, me topé con un contenedor rodeado de bolsas de basura. Contrariada, me vi obligada a dar media vuelta y desandar el camino ya recorrido hasta encontrar el rebaje por donde había subido. Bajé la acera y tuve que seguir mi ruta por la calzada.
No sé de quién es la culpa. Del Ayuntamiento por no establecer más recorridos de recogida de basura o de los ciudadanos despreocupados, que incumplen los horarios establecidos por la normativa o deciden no levantar la tapa del contenedor para ver si está lleno o no.
Lo único que sé es que cualquier otro habría bordeado la inmundicia y habría pronunciado algunos improperios por las malas olores y la denigrada imagen de la ciudad. Pero los usuarios de sillas de ruedas ya tenemos bastante con planificar nuestro recorrido estratégicamente por culpa de las barreras arquitectónicas como para tropezarnos con escenarios como este.
Por otro lado, para nosotros pisar los excrementos de las mascotas no es solo un incordio. Si una silla de ruedas se tropieza con un regalo de semejante magnitud, "su caca termina en nuestras manos" tal y como explica una reciente campaña de concienciación. Afortunadamente no es mi caso porque conduzco una silla eléctrica, pero me pongo en el lugar de quienes se autopropulsan y se me revuelven las tripas.
El respeto y la empatía por los demás son la clave para que una sociedad triunfe. Por eso, solo pido un poco de civismo.