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El artista turolense Javier Hernández restaura en Villalba Baja un molino harinero de principios del siglo XX El artista turolense Javier Hernández restaura en Villalba Baja un molino harinero de principios del siglo XX
Javier Hernández posa junto al molino de Villalba Baja que terminó de restaurar en mayo de este año. I. Traver

El artista turolense Javier Hernández restaura en Villalba Baja un molino harinero de principios del siglo XX

La estructura conservaba todas sus piezas en buen estado y la intervención duró cuatro meses
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Los molinos harineros fueron, en siglos anteriores, herramientas indispensables en el proceso de alimentación de las personas. En los pueblos, los vecinos acudían con el cereal para triturarlo y lograr la harina que luego emplearían para alimentar animales, cocinar platos como las gachas o alimentos tan primarios como el pan. Aunque a día de hoy estos artilugios se encuentran en desuso en su gran mayoría, muchas localidades han optado por preservarlos y restaurarlos para exhibirlos como una verdadera obra de arte.

Es el caso de Villalba Baja que en febrero se embarcó en la restauración de uno de los tres molinos con los que cuenta la localidad, cuya estructura data de alrededor de los años 20. El encargado de llevar a cabo dicho proceso fue Javier Hernández, profesor de historia del arte en la Universidad de Valencia y experto en restauración.

En su gran mayoría, los molinos harineros están compuestos por una gran tolva, un recipiente en forma de triángulo invertido que sirve como embudo para introducir el grano. Este pasa a la muela, una piedra móvil de gran tamaño que descansa sobre otra denominada solera. Con ayuda de un eje impulsado por la fuerza cinética del agua esta muela es la encargada de aplastar el grano hasta convertirlo en harina. Tanto la muela como la solera se recubren por una volandera de madera que se sitúa sobre el arnero, la base de madera del molino.

“En este caso teníamos las maderas en buen estado y ha habido que hacer reintegraciones poco agresivas”, explicó Hernández. En el proceso que duró cuatro meses, primero se aplicó un tratamiento insecticida, tanto para exterminar posibles plagas como para preparar la madera y así evitar problemas futuros. A partir de ahí, lo que hizo fue despiezar el molino “para poder intervenir cómodamente en las diferentes piezas, tanto en la tolva, la mesa que la sujeta, la volandera, los elementos metálicos como el embudo de la canaleta, los elementos de cuero que servían para sostener los sacos que se colocaban para recoger el grano, las contrapesas del molino y luego una intervención estrictamente de carácter constructivo que fue sanear el muro donde apoya toda la estructura”, explica.

Actuaciones Principales

En el caso de la tolva, lo que se hizo fue recubrirla con una pintura al agua en color verde que en su día tenía un uso práctico, y es que se pensaba que facilitaba el proceso de limpieza. Aparte de eso, decidieron conservarla tal cual estaba, sin reintegraciones, para que se apreciase la antiguedad de esta pieza, que según Hernández dataría de los años 70. Por su parte, la mesa que la sujeta, únicamente requirió un filo para reforzar la madera ya existente que se encontraba deteriorada por la carcoma.

En cuanto a la volandera, estructura hecha con madera de pino y machembrada -una técnica de gran precisión en la que las piezas encajan perfectamente unas con otras- sí que necesitó de una intervención más agresiva con una pieza estrecha que rodea el cajón en la parte inferior para así dejar respirar la madera. Esta se elaboró también en pino, pero con otro color para diferenciarla bien de la original.

Los embudos de la canaleta, hechos de zinc, tuvieron que limpiarse y aplicar en ellos un tratamiento desoxidante. Y en cuanto a las contrapesas del molino, de 35 kilos cada una, se decidió colocarlas en la parte delantera para que los visitantes pudieran verlas.

Hernández también intervino en la cabria del molino, una especie de grúa que se empleaba para mover las muelas, voltearlas o cambiarlas. Primero aplicó el tratamiento de desinfección en la madera de chopo que sirve de estructura y a continuación un lacado en los brazos de hierro también llamados torillos de la misma, para evitar el óxido.

Para finalizar, se aplicó a toda la superficie del molino un encerado natural. “Nunca este tipo de estructuras han estado barnizadas o lacadas, así que cogimos una cera natural e hicimos un elemento de protección. La cera nutre la madera y además deja un aspecto brillante y natural”, apunta.

Algunas piezas del molino, como el arnero, hecho con vigas de olmo, o el tablero que se coloca sobre él, realizado en madera de chopo, no requirieron de otro tratamiento que no fuera el insecticida y el protector final.

Del siglo XX

Hernández quiso destacar la presencia de madera de olmo en este molino, dada la escasez de este árbol por la grafiosis, una enfermedad fúngica que acaba con él. “Son todo especies autóctonas del territorio. En un entorno natural casi sostenible, se empleaban los medios que se tenía al alcance para construir a principios del siglo XX este molino harinero” apuntó el experto. 

Además recalcó la importancia de un molino como este en la economía de la localidad. “Los pueblos que disponían de un molino solían ser más prósperos económicamente que aquellos que no tenían esta herramienta y debía desplazarse al municipio más cercano. Y en este caso en Villalba hay tres ruedas de molinos en un mismo lugar. Con esta restauración se ha terminado la primera fase y quedarían pendientes las otras dos”, señaló.