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El rebollón El rebollón

El rebollón

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Francisco Herrero

Llego a Venta del Aire. El aparcamiento está bastante lleno a pesar de ser un día como otro cualquiera, pero encuentro sitio al lado de una furgoneta. ¡Mira que es difícil que se acaben las plazas en nuestra provincia! Por delante de mí, sin salir todavía yo del coche, pasa una patrulla de la Guardia Civil. Se para delante de la furgoneta y un agente toma nota de la matrícula. ¡Qué extraño! Nunca es malo que las fuerzas de seguridad estén velando por nuestro bien.

Entro al restaurante y pido un bocadillo. De calamares. Sin mayonesa. Algo seco. La próxima vez lo pediré con mayonesa o ajoaceite. El trasiego de personal es superior al habitual. Hay muchos vehículos fuera, así que no le doy importancia. 

A la hora del café, comienzo a ver tráfico de rebollones. Gente entra y sale. Con cajas. Con bolsas. Y yo decido seguir la marcha a mi destino.

En la puerta del local, antes de montar, observo al público de la terraza. Una señora algo basta que dice ser propietaria de un bar, todo sin preguntar y a voz elevada, saca una caja de vino repleta de rebollones. 

El marido, sentado, comprueba el género. Parece que no mataría una mosca, pero le echa en cara a la mujer que no es para tanto por lo que ha pagado, quince euros. 

“Ande o no ande, burro grande”, le contesta airada. Apostilla que ella le ha ofrecido quince euros al vendedor y este le ha puesto los rebollones, “grandes”, que ha considerado. Y añade que hay que apuntar el nombre del pueblo para volver allí. “Forniche” es la localidad. 

Cien kilos. Unos hombres al lado de la pareja de los negocios comentan que llevan cien kilos de rebollones. Y yo solo imagino euros y métodos de obtención no muy adecuados. 

¿Estaré frente al turismo micológico que tanto pretendemos potenciar en la provincia? Es decir, unas visitas con clase deseosas de aprender qué setas y hongos son comestibles, gente que disfruta de pasear bajo los pinos y que con cuatro ejemplares se contentan.

 O para, que igual no es eso el turismo micológico, sino lo que acabo de presenciar. Que no tiene mucho glamour, la verdad sea dicha.