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Pared con pared Pared con pared

Pared con pared

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Juan Corellano

Los mensajes entre vecinos a través de carteles pegados en el cristal del eran lo que había antes de Twitter. Todo comenzaba con una nota mecanografiada y sin firmar, cual raptor pidiendo dinero para el rescate. En ella una crítica o queja generalizada a toda la comunidad, pero claramente destinada a un vecino en concreto en el subtexto. Aprovechando el anonimato del formato, el resto de inquilinos del bloque se lanzaba, a golpe de boli y aprovechando los huecos en blanco, a responder todo tipo de cosas, normalmente dañinas o fuera de contexto, al emisario inicial del mensaje. 

Cuando ya creía que este tipo de comunicación estaba extinta, esta semana me topé con un mensaje en mi ascensor. Unos vecinos se disculpaban porque en los próximos días iban a decorar el edificio con temática acorde con Halloween. Si esa es su máxima preocupación con respecto a esa fiesta, verás cuando tengan que explicarle a sus hijos que nadie tiene ni idea de qué hacer cuando alguien elige truco en vez de trato. Hubo respuestas afirmativas a esta medida para animar a los más pequeños del edificio y yo quise sumarme a la fiesta. “Usar Comic Sans debería estar penado con cárcel”, escribí. Quizás estuvo fuera de lugar, pero mi respuesta solo fue un síntoma de la intensa relación que tengo con mis vecinos. De alguna manera, la convivencia en un bloque tan poblado como el mío es como ir al baño en una gasolinera. Casi nunca te llegas a ver las caras, pero el saber que hay gente a tu alrededor te impide estar completamente cómodo. Además, en ambos casos las paredes deben ser más o menos del mismo grosor. 

La relación de amor-odio con mis vecinos es un constante intercambio. Las mañanas de entre semana son para el llanto de su bebé y las madrugadas de los sábados para el tintineo de los hielos en mi salón. Ellos hicieron obras en verano y yo respondí con horas de Luis Miguel a todo volumen. Quizás si habláramos las cosas civilizadamente podríamos entendernos. Lo cierto es que la comunicación es nula pese a vivir pared con pared. Da igual. Siempre nos quedarán las notas en el ascensor.