Hace unos años, cuando empecé en el activismo asociativo, las reivindicaciones de las personas con discapacidad, como parte de un colectivo minoritario y desfavorecido, se veían por la mayoría como algo justo y necesario. En general, todo el mundo era solidario, por caridad o empatía, y las puertas se nos abrían para escucharnos.
Hoy en día hemos conseguido que muchas de aquellas reivindicaciones sean derechos efectivos a través de legislaciones cada vez más completas y específicas. Sin embargo, para un sector de la sociedad nos hemos convertido en algo molesto.
Ahora que no tenemos que esperar a que los demás decidan ayudarnos o no, me encuentro cada vez más personas a las que les incomoda que exijamos lo que nos corresponde y se resisten a cumplir o a hacer cumplir la normativa vigente. No se dan cuenta que este es un camino que no vamos a abandonar.
Esto mismo pasa con el movimiento Teruel Existe. Mientras esta provincia se organizaba en torno a una plataforma ciudadana que pretendía darnos visibilidad y neutralizar las diferencias con el resto de España, era valorada con simpatía y admiración. La actividad era tan amable y pacífica que hasta los partidos políticos parecían unirse a las reivindicaciones, sin entender que ellos habían provocado el hartazgo de la sociedad turolense.
Pero una vez que sus miembros han decidido dar un paso más y pretenden obtener representación política para sentarse a negociar con ellos de igual a igual, han desaparecido el chascarrillo y el compadreo. Muchos ven que esto va en serio y que es muy probable que pasado mañana esta provincia consiga representarse a sí misma en el Parlamento, por eso llegan los improperios por parte de aquellos que les empujaron a esto.
Teruel Existe molesta porque está decidido a demostrar que los ciudadanos pueden tomar las riendas de la democracia sin dejar de cumplir la ley y los principios básicos de la convivencia. No voy a revelar mi voto del próximo domingo, pero esta plataforma tiene todo mi respeto.