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Las grullas Las grullas

Las grullas

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Francisco Herrero

La tarde de las elecciones me fui a la Cuesta Colás para ver cómo le va al centeno. Desde la siembra no me había acercado a ninguna de las parcelas y tenía curiosidad por ver si habría nacido el cereal. A dos luces. La visita de campo no fue muy fructífera porque el ocaso acechaba, pero fue suficiente para comprobar que las lletas ya asoman por la tierra húmeda. A punto de volver al coche un estruendo me sorprendió.

Pensaba que procedía del fondo del barranco. No era así. El ruido venía del cielo. Una bandada de grullas sobrevolaba sobre mi cabeza formando en V. Procedentes del Campo de Visiedo, se dirigían hacia la laguna del Cañizar de Villarquemado. Fueron unos segundos y casi no llego a hacer una fotografía. No es excepcional que estas aves sobrevuelen el pueblo, pero sorprende contemplarlas tan cerca de vez en cuando.

Las grullas no son de ningún lugar. Se instalan allá donde les interesa en cada momento. Son inteligentes. Imagino que no echan la vista atrás para rememorar con nostalgia el lugar donde se establecieron la última vez. Creo que la mayor parte de los seres humanos no somos así. Vivimos en una insatisfacción constante y no llegamos a valorar nunca lo bueno de cada instante. El pasado, pasado está. Y el futuro, ya se verá. Los espíritus errantes no se preocupan mucho por las cosas accesorias.

Las grullas van y vienen. Siempre están ahí, en nuestro recuerdo, aunque pasen una buena temporada a miles de kilómetros de nuestra zona. Y acaban presentándose cuando llega el frío. Las llevamos en el recuerdo y ellas, al parecer, también tienen buena memoria. Nos engatusan con facilidad y acudimos como moscas a fundirnos con ellas desde los observatorios alrededor de los humedales.

Tras el encuentro con las grullas en la Cuesta Colás, me pasé por la urna a depositar el voto. Y me di cuenta que, aunque mejorable, estoy contento con la vida que llevo en estos momentos, que es difícil que me emboben con cantos de cisne. No me sentí como una grulla, sino como una pequeña codorniz atosigada por decenas de escopetas apuntando hacia mí.