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El rey desnudo El rey desnudo

El rey desnudo

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Javier Silvestre

No se engañe, le tienen controlado. Sí. Aquí y ahora. Saben que me está leyendo, desde dónde lo hace y en qué soporte le llega mi columna semanal (papel, ordenador, tableta o teléfono). Lo saben todo. Y no me refiero al Instituto Nacional de Estadística y su cuestionado “rastreo” de los más de 53 millones de móviles que hay en España. Me refiero a que no puede hacer absolutamente nada por evitar que lo conozcan todo de usted.

No voy a caer en el manido ejemplo de cómo, casualmente, nos aparece publicidad sobre productos de los que habíamos hablado con alguien mientras el móvil permanecía aparentemente inerte encima de la mesa. Ni tampoco de cómo algunos organismos oficiales, como la Liga de Fútbol Profesional, son capaces de denunciar a 9.000 bares que retransmitían partidos de forma pirata gracias a una aplicación espía instalada en los teléfonos de los clientes.

Nuestra intimidad es un coladero en toda regla. El móvil es nuestro confidente más bocazas. Y las empresas -y el Estado- lo saben. También usted tiene que saberlo. Los juegos gratuitos, las redes sociales, las aplicaciones bancarias e incluso los teclados que usamos para escribir mensajes rastrean todo sobre nosotros. Y esa información vale mucho dinero: 32.000 millones de euros para ser exactos en 2018 sólo en Europa, la misma cantidad que el estado español destinó este año a pagar deuda pública.

Gobiernos, grandes empresas, lobbies, terroristas... todos pujan por sus datos. Pero también hay negocio para aquellos que pueden pagar para proteger su intimidad. Les cuento. Hace cuatro años, unos ingenieros españoles con despacho en la Castellana de Madrid crearon un teléfono llamado Blackphone y cuyo mayor mérito era encriptarlo absolutamente todo. Lo que había sido una herramienta de los espías israelíes estaba, por fin, al alcance de todo el mundo. Su presentación a inversores consiguió 110 millones de euros en tiempo récord. Famosos de todo el mundo se lanzaron a comprarlo, así como consejeros delegados de multinacionales y, cómo no, líderes políticos tan dispares como congresistas estadounidenses o dirigentes de Podemos, el partido de Pablo Iglesias.

Su uso aún hoy es un secreto a voces entre los poderosos que tienen algo que esconder o que no quieren que sus intimidades puedan usarse como moneda de cambio. Hay muchos Villarejos sueltos y la proliferación de los teléfonos invisibles es silenciosa pero imparable en las altas esferas del poder. Sin embargo, usted se tiene que conformar con vivir expuesto, sin ser consciente de que no hay donde ocultar sus secretos y viendo cómo algunas normativas europeas aparentan proteger su intimidad en semejante expolio de información privada.

Todo esto es, en definitiva, como el cuento de El rey desnudo, de Hans Christian Andersen… pero en versión digital. En la fábula, los sastres más afamados del reino hacen creer al monarca que va vestido con un traje invisible que “sólo los tontos no pueden ver”. ¿Adivinan quiénes son los sastres y quién es el tonto del Rey en este asunto? Búsquelo en Google porque esto promete. O mejor no.