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Elena Gómez

A veces pienso que no encajo en los tiempos que me ha tocado vivir. La sociedad se radicaliza por momentos y las personas que nos consideramos moderadas y con criterio –subjetivo, pero criterio al fin y al cabo– estamos perplejas.

Hay quien me tacha de feminista radical porque defiendo la protección de las mujeres contra la violencia género. Pero una feminista me llamó inculta y me invitó a leer más por reivindicar la igualdad efectiva entre hombres y mujeres.

Algunos me consideran de izquierdas porque opino que la sanidad pública se debe pagar con impuestos. Otros creen que soy de derechas cuando digo que me siento muy orgullosa de ser española.

Muchos me acusaron de tibia por haber militado en un partido que maneja a la perfección las reglas democráticas del diálogo y del pacto. Varios piensan que soy una persona antidemocrática por haber defendido de forma pública al movimiento político Teruel Existe.

Se estila demasiado el "estás conmigo o estás contra mí”. La manipulación mediática y la avalancha de las redes sociales están haciendo mucho daño a la opinión pública. Se viralizan los discursos arrebatados y bizarros, dejando de lado la sensatez. El enfrentamiento es lo que vende y el pensamiento general se polariza.

Poco a poco todo esto se ha ido trasladando al discurso político. Y quizás esta radicalización de ideas nos ha llevado una situación absurda en Teruel, por la cual hemos dejado de tener un concejal íntegro y responsable a causa de una afirmación llevada al extremo.

Es cierto que su partido político lleva por bandera la afirmación de que no habrá ningún corrupto entre sus filas. Sin embargo, estoy convencida de que Francisco Blas se vio obligado a dimitir por culpa del escándalo mediático y del maniqueísmo político, a pesar haberse vulnerado la presunción de su inocencia y de no ser este un caso de corrupción.

Una vez más, no puedo ser objetiva. No comparto ideología con el Sr. Blas, pero el sentido común me dice que esto no debería haberle ocurrido.