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Cruz Aguilar

Votar quieras que no tiene su parafernalia. Vas al colegio electoral después de misa y, con el asesoramiento divino, eliges el papel que más se ajusta a lo que quieres para los próximos años. También puedes saltarte lo de misa e ir a votar justo antes del vermú, para así justificar la cervecita y las bravas que te vas a tomar luego. Casi vale más que no lo dejes para después, porque conversaciones de bar y elecciones casan mal, aunque parece que muchos no se han dado cuenta.
Todas estas opciones que se abren ante mí en esta segunda convocatoria electoral del año (cuarta en cuatro años, así de rápido se dice) no es habitual. Yo suelo ir a votar antes de los debates electorales, prácticamente cuando la campaña apenas ha comenzado. Es lo que tiene ejercer el derecho al voto por correo. 
Me presento en correos a buscar mi sobre lleno de opciones electorales y, para no volver al día siguiente, me decido allí mismo. Sí, ya sé que luego me arrepentiré en los próximos cuatro años, pero es que hacer tanto viaje para participar en la fiesta de la democracia es un lío. Allí, de pie, con decenas de papeles y sobres en mis manos y, ante alguna que otra mirada en la que se puede leer “¿esta mujer no tiene otro sitio donde hacer esto?, voy pasando hojas y hojas mientras pienso que a ver si no se me cae ninguna. Sigo pasando hasta que encuentro la mejor opción (o eso me creo yo) e intento arrancarla sin que nadie me vea. No por nada, sino por eso de que el voto es secreto. Bueno, secreto en la calle, porque en casa suelo usar el resto de las papeletas restantes para hacer listas (de la compra y de otras cosas) por lo que aunque no es fácil saber a quién he votado sí lo es conocer a quién no. 
Creo que he votado depositando mi voto en una urna una sola vez en mi vida y porque era presidenta de mesa. Son las cosas que tiene estar empadronada desde que nací en el pueblo. Voy los fines de semana que puedo, pero el de las elecciones trabajo y no puedo. El resto de las convocatorias electorales, desde que tenía 18, he tenido que cambiar la parafernalia electoral por un mero trámite en una atestada oficina de correos. Por eso, esta vez, me hace especial ilusión votar.