La Navidad es esa época del año que cada vez llega antes y siempre lo hace con una peli de Star Wars bajo el brazo. Uno trabaja tranquilamente, centrado en sus labores semanales, cuando un buen día una cegadora luz gallega te recuerda que se acercan los turrones. Porque lo de las luces de Vigo y Madrid merece comentario aparte. Ese curioso ‘a ver quién tiene las luces más grandes’ que ha forzado a los Reyes Magos a poner el GPS en el salpicadero del camello, porque con esta contaminación lumínica no hay quien encuentre la Estrella de Belén.
Luego hay quien se enfada porque los defensores de la lucha contra la crisis climática lo llaman estúpido. No seré yo quien secunde una descalificación ni entre a valorar la condición de nadie, por muy político que sea. Sin embargo, gastarse tres millones de euros en la iluminación navideña –activa desde finales de noviembre– mientras la gente duerme en la calle por falta de lugares de acogida… Desde luego, si hablamos estrictamente de esta actuación, no parece demasiado inteligente. Más bien, falta de luces.
Iluminaciones tempraneras aparte, con la Navidad también toca hablar de Star Wars. Que este año prometen que ya es la última, pero yo me fío menos de esa afirmación que de una gira de despedida de Miguel Ríos. Aunque no tanto como para llamarla Guerra de las Galaxias, soy fan de la saga desde hace tiempo y uno aprende con los años.
Porque las primeras veces te lo crees. Y no te la pierdes, porque ya que es la última hay que ir. Y vas al cine. Y en la sala hay mucha gente que no parece que sea su primera vez en el cine, sino más bien su primera vez fuera de casa. Pero te quedas, porque es la última. Y la ves. Y te parece un esperpento. Y te juras a ti mismo que nunca volverás a caer. Y a los dos años sacan otra. Y te sientes estafado, seguro de que no vas a ir. Y, aunque es noviembre, en la calle hay muchas luces. Y con tanto neón te acuerdas de esas espadas. Y dices: “total, si esta ya es la última y además es Navidad”.