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Cumbre Cumbre
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Javier Lizaga

Mi generación no somos sospechosos de ecologistas. Todavía recuerdo una campaña “Teruel es de todos” que mis colegas de escuela completamos con “Ensucia tu parte”. No nos hubieramos ido de cañas con Greta, o igual sí, porque siempre nos gustó dar por saco a los que mandan. Aun así la cumbre del clima seguía lejos.

Todo cambió cuando escuché a Ánchel Bellido, el director científico del geoparque Sobrarbe-Pirineo. Su primera afirmación era que viene otro Pirineo. Ni siquiera echaba la bronca a nadie. Solamente constata que lleva 20 años viendo desaparecer los glaciares, las cuevas heladas y el permafrost. Sin nostalgia, explicaba que no quería decir que el Pirineo que viene sea peor, sencillamente distinto. Lo que me remató fue que argumentase que lo malo es que estamos perdiendo ya no un recurso natural, sino económico.

Pues sí que estamos mal si hay que mentar el Ibex, la economía, para justificar que nos preocupemos por lo que nos rodea. Me pregunto si no sólo cambia el Pirineo, sería demasiado fácil, sino como es de suponer cambia también nuestro entorno. Nuestros pinares de Rodeno o cualquiera de nuestros montes.

Y me pregunto si ya debemos asumir que serán distintos, como el Pirineo, aunque aun no nos hayamos dado cuenta. Siempre pensé que se quejaban para justificarse, pero empiezo a entender los lamentos de los cazadores que contaban que no quedaban ya ni una décima parte de los animales recorriendo el monte. Allí con frío y botas, de la mano de mi padre, aprendí a amar el olor a romero y la sensación de perderse.

Dice Braidotti que ya ha quedado claro que no sirve eso de los humanos somos el centro y medida de todo: imperialismo, fascismos y una destrucción del medio natural que nunca parece culpa de nadie. Aunque realmente no dista mucho de otra explotación, nos explotamos a nosotros mismos con ese “todo es posible”, puntualiza Byung-Chung Han.

Al mismo tiempo, estamos muy lejos de las fábricas de Madrid o de su boina de polución, la misma distancia quizá que nos aleja de la manera de entender las horas de luz, manejar un huerto, guisar unas acelgas o dar un paseo por el monte de nuestros bisabuelos. En esa equidistancia, hay que ver hacia donde vamos. Sin ser la reserva verde de nadie, sino quizá la vanguardia de lo que vendrá.