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Ambientador de pino Ambientador de pino

Ambientador de pino

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Raquel Fuertes

No me atrevo a poner “con olor a” porque aquello olía más a friegasuelos que a bosque. La otra tarde pasé por la puerta de un local en reformas y aquel olor me trajo inmediatamente la imagen a la mente: un pino troquelado en verde, con una funda de plástico transparente y un alambre para colgarlo en el coche o en casa. Cien pesetas (0,60 €).Ese era el precio al que lo teníamos que vender en 8º de EGB (hoy, 2º de la ESO) para financiarnos en parte el viaje de fin de curso. 

Ya lo ejemplificaba Proust con su magdalena: los aromas son las sensaciones que consiguen reavivar los recuerdos de forma más clara e inmediata. De pronto, me reubiqué en los 13 años, a punto de acabar el colegio y empezar la difícil aventura del instituto. La adolescencia a punto y un pasar de página inminente.

Nuestros chavales de hoy han visto precipitada su adolescencia gracias a los vaivenes de las leyes orgánicas de educación y algunos se ven abocados al ecosistema hormonado y hostil del  instituto sin haber cumplido siquiera los 12. Complicado.

De aquellos años recuerdo los compañeros (algunos, amigos; otros, no tanto) y los profesores. Sí, esas personas de las que todos están pensando al llegar estos días que tienen muchas vacaciones, pero en los que cada vez somos menos los que continuamos pensando que son auténticos escultores de personas.

Es cierto que hay muchos profesores que podrían haber pasado por nuestra vida o no porque no han dejado huella ni en nuestros conocimientos ni en nuestra personalidad. Pero hubo (hay) otros que sí, que se implican, que apoyan, que construyen y que colaboran en dar forma al ser que llega a la adolescencia siendo un líquido esperando encontrar el recipiente que le dé forma a su germen de adulto.

Aquellos que daban la lección, pero también ideas para vender los ambientadores o para ayudarnos a aprender a resolver nuestros problemas. Que no dudaban en perder una clase si en ese tiempo podían darnos una lección de vida tal vez contando cómo fue su adolescencia o cómo afrontaron problemas en el pasado. Profesores, al fin, que educaban más allá de los temarios y que colaboraron en hacer, entonces de nosotros y hoy de nuestros hijos, lo que somos. Bien merecidas son esas vacaciones. Gracias.