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El Gordo ‘improvisado’ El Gordo ‘improvisado’

El Gordo ‘improvisado’

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Javier Silvestre

Les confesaré una cosa: casi nunca juego a la Lotería. Y no digo nunca para no mentirles. No es tanto un tema de revelarme contra la tradición sino más bien el derrotismo de creer que nunca toca… Hasta que toca. Al final, acabo claudicando en los números imprescindibles: el del trabajo, el de la peña de Vaquillas y, este año, en un número que soñó una amiga hace dos meses en un momento de supuesta clarividencia post-ron-con-cola.

Cuando trabajaba en informativos de Onda Cero años atrás este día era muy especial. Y más estando en Barcelona, donde siempre caía algo. Recuerdo que al llegar a la redacción a primera hora de la mañana alguien se había estirado y traía algo de bollería de un horno cercano (cosa rara en las emisoras de radio donde los catering brillan por su ausencia). Había que coger fuerzas porque el día siempre se presentaba largo e intenso.

Llegaba el momento del sorteo. Y ese soniquete que parece un mantra tibetano nos hacía entrar en un estado de seminconsciencia del que sólo salíamos cuando una inflexión en la voz del sanildefonsito de turno indicaba que había premio. Los segundos que tardábamos en comprobar si el número correspondía a alguna administración de lotería de Cataluña se hacían eternos.

Era una mezcla de sensaciones. Queríamos que tocase… pero no en Olot, que está a dos horas en coche de Barcelona. Puestos a pedir, lo mejor era que cayese el premio en una administración en l’Hospitalet o en Badalona (donde siempre había la posibilidad de encontrarse gente más dispuesta a montar el show mediático) que en la aburguesada y siempre fría Barcelona. También era de vital importancia que no fuese una administración situada en La Rambla o en la Sagrada Familia, porque entonces la probabilidad de que llegase un afortunado se reducía a prácticamente cero.

Así que mientras unos llamaban por teléfono, otros nos metíamos a toda prisa en una unidad móvil e íbamos a la carrera en busca de la noticia. Y por mucho que corriésemos, al llegar siempre había un equipo de televisión que ya estaba entrando en directo. Empezaba el espectáculo. Mientras unos reteníamos al lotero, otros iban organizando a los curiosos que se arremolinaban ante los periodistas. La gente de televisión solía ser la encargada de ir a buscar cava (del malo) para descorcharlo oportunamente y conseguir la imagen que abriría los informativos durante todo el día y los periódicos a la mañana siguiente.

Era una puesta en escena en toda regla. La premiada aquí, las vecinas que gritan allá, el señor con mala pinta, por favor, que se aparte, ese chaval que no me fume delante de las cámaras… Y si no había ningún premiado, se buscaba a ciudadanos dispuestos a celebrarlo como si no hubiese un mañana. Así que, a la de tres, todos a gritar al tiempo que se descorchaba el cava. Si alguna televisión llegaba tarde se repetía el proceso. Tantas veces como compañeros gráficos fuesen llegando. La baja calidad del cava ingerido y las repeticiones sin fin acababan provocando escenas hilarantes que era mejor no grabar, se lo aseguro.

Así que hoy, cuando vean en televisión o escuchen en la radio cómo celebran el Gordo piensen que no hay mejor improvisación que lo guionizado por los medios. ¡Buena suerte!