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Esas manos Esas manos
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Juanjo Francisco

Todavía hoy se sigue preguntando cómo esas manos, regordetas, pulcras, con uñas cuidadas y de un color sonrosado, podían dispensar semejantes bofetadas. Los sopapos llegaban de improviso aunque, bien pensado, había muchas posibilidades de recibirlos un segundo después de que titubeará al recitar las cadenas montañosas y se atrancara en la dichosa Cordillera Penibética, un término que aún hoy le cuesta recordar. Ese segundo que transcurría entre la duda y el castañazo era doblemente terrorífico porque, a la constancia de que iba a llegarle lo que le iba a llegar, se sumaba la percepción consciente de las risitas inminentes de sus compañeros, formaditos todos en semicírculo frente a la pizarra.
Las manos de aquel maestro nunca las olvidó. Y a él tampoco. Llegó a la escuela tras un verano apoteósico, pleno de juegos, escarceos amorosos y un montón de ranas atrapadas en una balsa de ganado, garantía de respeto entre los compañeros de correrías en bicicleta.
Los pupitres lucían inmaculados, casi encerados diría él, aquella mañana de su presentación y, ya desde el primer momento, tuvo la intuición de que aquel hombre escondía otra cara, muy distinta a la que brindaba aquella sonrisa inicial. Y no se equivocó.
Pero, antes de todo eso, de esa constancia física de la malignidad humana revestida de una aparente amabilidad, el maestro lució su imagen más tierna: esposa adorable, hijita preciosa y paseos conjuntos al caer la tarde otoñal, cuando los padres volvían del campo completamente agotados y con ceño fruncido. Destacaba mucho la flor blanca que aquella familia representaba en medio de toda la broza, por el cansancio y la perra vida, de las gentes del pueblo.
Cuando el programa del curso se puso serio llegaron las mañanas y tardes aterradoras. El corrillo para la lección de geografía, y qué decir de las matemáticas, era el carrusel de las desdichas.
Las manos de aquel maestro se estamparon varias veces en las mejillas de aquellos chales y sus esporádicos buenos consejos, que los hubo, no han evitado que el adulto que fue alumno se fije mucho en las extremidades superiores de los humanos. Sopesa si le darán gato por liebre.