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Los reyes

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Elena Gómez

Este fin de semana es el más importante del año para nuestros pequeños. Su  ilusión es tan contagiosa ante la llegada de los Reyes Magos que no escatimamos esfuerzos en los preparativos. El 6 enero es la muestra de que la magia existe cuando se preserva la inocencia de los niños.

Por desgracia, no siempre esto es así. Vivimos en el primer mundo y tenemos la sensación de que la infancia está protegida por su entorno, de tal modo que las posibles (pero improbables) amenazas solo pueden venir del exterior. 

Sin embargo, acabamos de despedir un año con cifras muy preocupantes que nos indican que algo no está funcionando bien, o al menos no con la suficiente premura, a la hora de salvaguardar la integridad de los menores de edad.

Durante 2019 han sido noticia varios casos en los que unos progenitores desequilibrados han acabado con la vida de sus hijos pequeños. 

En todas esas ocasiones, las ex parejas o los familiares más cercanos habían denunciado la situación, y habían solicitado a los servicios sociales la retirada de la custodia. Y en ninguna de ellas la Administración llegó a tiempo para evitar la tragedia.

Por eso, siento una rabia infinita cuando se dice en algunos foros que cuando el asesino sufre una enfermedad mental, nadie tiene la culpa de lo ocurrido. En mi opinión, a esos niños no los mataron sus padres o sus madres. Lo hizo el Estado.

Un Estado que no tutela con eficacia a las personas con trastornos psiquiátricos y no les proporciona los apoyos necesarios para llevar una vida normalizada.

Un Estado que se pierde en trámites burocráticos para demostrar que un adulto no tiene la capacidad de mantener con vida a un niño.

Un Estado que, por cuestiones mediáticas, acelera el procedimiento de protección a mujeres adultas y deja atrás a las víctimas silenciosas de la violencia doméstica.

Nuestros dirigentes deberían empezar a pensar en cómo solucionar los problemas reales de nuestra sociedad. Porque un solo niño desaparecido es una oportunidad menos de tener futuro.